¿Quién no ha sufrido los tortuosos papeleos inútiles de la administración pública? Los asuntos del Estado toman de meses a años para ser resueltos, todo bajo el pretexto de cumplir las formalidades. Temas que bien podrían ser resueltos en dos pasos, a la burocracia le toma diez o más. Si a lo anterior sumamos, primero, el malgasto económico para mantener estos procedimientos innecesarios y, segundo, la haraganería del funcionario, el desastre es un hecho.

Sobre la crisis energética

Hoy, en la era de la información, donde los datos viajan y son analizados a velocidades de milisegundos, parece inaudito que el Estado no esté a la altura de las exigencias del siglo XXI. El andamiaje burocrático que nos rige data de una época en la que ni siquiera se había inventado la electricidad, mucho menos computadoras e internet. Este es el porqué el Gobierno ha quedado obsoleto y funcionando así, no es de extrañarnos su inactividad. Por eso no se crean grandiosas agendas políticas. Ahora mismo los asuntos del Estado deberían ser la industria espacial, bioingeniería, ciborguización, pronatalismo, inteligencia artificial, automatización, metaverso, ciencia de datos, diversificación energética, cambio climático y tecnocracia. Pero no, porque son retos demasiado majestuosos para una entidad de miras estrechas y lenta.

Preguntas abiertas: ¿Qué medidas deben tomar este y futuros gobiernos para disminuir la tasa de desempleo en el país? (O)

Consecuentemente, terminamos conformándonos con agendas mediocres que se vanaglorian de haber reformado tres artículos legales en cuatro años. La burocracia es subestimada históricamente por su inercia, tanto que el emperador Calígula vio más apto a su caballo para que dirigiera el Consulado de Roma y el rey Carlos XII a su bota para el Senado de Suecia. Menos mal, en este tercer milenio, esto último ya no solo quedaría en broma, pues contamos con programas y algoritmos informáticos que ahora sí podrían librarnos de funcionarios inservibles. (O)

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Patricio Álvarez Alarcón, Quito