Mi vida es una gran producción, donde soy el guionista, protagonista y el director.
Siempre estoy preparándome para que en esas tablas, al final de la función de cada día, sienta merecer recibir una ovación de pie, sabiendo que cualquier acierto en la interpretación será celebrado y cualquier error duramente criticado hasta por los que no me conocen y desconocen mis esfuerzos y trabajo.
Unos admiran, otros observan, algunos vituperan y unos pocos asistirán a cada representación que doy.
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El poder llegar a cuantos más pueda hasta el punto de moldearme y ser más quien los demás quieren que sea ha logrado que en ocasiones haya olvidado quién verdaderamente soy; y, cuando busco en mi interior, de vez en cuando aparece quien pudiera querer ser, pero esta confusión se difumina rápidamente, porque es más importante centrarse en perfeccionar el cumplir lo que de mí se espera.
Y no lo niego, ese escrutinio constante de miradas cómo reflectores alumbrando mi jornada puede en ocasiones desequilibrarme y agitarme, pero se trata de mi propia elección, de la obra que decidí representar o que se me fue impuesta interpretar o una combinación de ambas opciones.
Y en medio de la actuación que no es una dramatización, sino mi propia historia, voy dejando huellas y legados, sinsabores y decepciones, adulaciones y algunas que otras frustraciones.
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Me entusiasma prepararme al despertar, antes de que se abra el telón, e imaginar el regocijo que me producirá el salir nuevamente a darlo todo.
He recibido muchas flores y me han lanzado algunos tomates, he hecho reír y también llorar, he hecho pensar y también me han abucheado y, sin embargo, al final lo que siempre cuenta es la actitud que disponga ante lo incierto que me deparará ese día con la responsabilidad de interpretar mi acto, y volver a dormir rememorando mi interpretación y disfrutando o no de la percepción dejada a la audiencia con mi personaje.
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Me resulta verdaderamente emocionante observar al público tras bastidores e idealizar la reacción que pudiera provocar, sobre todo a los que son fieles asiduos a ver la obra de mi vida y hago conciencia de lo importante que es cumplir cabalmente mi papel.
No puedo y no sé hacer otra cosa que representar mi personaje, ese que yo decidí y escribo cada día, y que a mi manera me ha llevado a interpretar mi propia historia.
Unos se prendarán de mí, otros opinarán tal vez que es sobreactuado. Aparecerán los que evalúen y sopesen la trama o desempeño y también a los que no les dejaré nada.
En ocasiones el maquillaje no ha sido el perfecto ni el vestuario el adecuado. Ha habido veces que me presenté a medio teatro o a lo mejor a un sold-out y es cuando más recuerdo que por quien actúo no es para llenar plateas, sino para poder a plenitud disfrutar de mi escenario, porque aunque todo ocurriera con la obra, al final la función debe de continuar. (O)
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Álex Torres Espinoza, Samborondón