La política de América del Sur, en pleno siglo XXI, ha caído en el entrampamiento caudillista. Como si las crisis social, sanitaria y económica no fueran suficientes, las luchas personales por el poder se han instalado para generar mayores tensiones y conflictos. Venezuela, Colombia, Ecuador, Argentina y Bolivia son países en donde el dominio personalista de la política, a través de liderazgos carismáticos que se ven a sí mismos como insustituibles, se ha convertido en un dramático generador de tensión y disputas por el poder entre caudillos y sucesores.

En Venezuela el proceso político bolivariano quedó atrapado en la sucesión pactada y amarrada de Chávez a favor de Maduro como su leal heredero. Para defender la memoria y el legado chavista, Maduro ha seguido la estrategia de perpetuarse en el poder. Colombia se halla polarizada por la figura de Uribe que produjo una primera ruptura con Santos y ahora mantiene en la sombra a Duque, su incondicional servidor. Ecuador ha vivido una transición dramática los últimos cuatro años marcada por la ruptura y lucha entre Moreno y Correa, en medio de acusaciones de corrupción y traición. Ahora Correa quiere volver al poder a través de una figura opaca y desconocida, sin trayectoria, pero ultraleal, como Andrés Arauz. Si llegara a ganar las elecciones Arauz, Correa gobernará detrás de las bambalinas.

Bolivia vive también una etapa política crucial en la que el Movimiento al Socialismo (MAS) deberá mostrar si el presidente, Luis Arce, y Evo Morales, líder histórico del movimiento, pueden convivir. La enorme votación obtenida por Arce en las elecciones presidenciales hizo pensar en una transición clara de liderazgo en el MAS, pero las aclamaciones con las que ha sido recibido Morales luego de un año de exilio muestran el respaldo popular que sigue teniendo. ¿Quién gobernará? ¿Cuál será el espacio de Arce? ¿Será capaz la estructura organizativa del MAS de sobrellevar esa conducción bicéfela? ¿Morales admitirá la presencia de otro líder conduciendo los destinos del país?

Argentina es otro caso dramático: todos saben que Alberto Fernández ocupa la Presidencia, pero nadie sabe si gobierna él o Cristina Fernández, en medio de crecientes tensiones y distancias entre los dos y una crisis múltiple que agobia a la república.

Todos estos países se enfrentan al mismo fenómeno: el espacio que dejan los caudillos a los sucesores, puesto que se ven como salvadores insustituibles de la patria, de un lado, y el drama de transiciones que se mueven entre la ruptura, para darse un espacio de autoridad propio, como Moreno; o la subordinación, como Duque. El dominio caudillista en la derecha y en la izquierda tiene atrapada la política en juegos que permean todo el sistema y la sociedad con luchas de poder por el liderazgo entre aliados. No hemos logrado salir de un fenómeno que se instaló con el inicio de las repúblicas, se reprodujo con el dominio de los líderes populistas a lo largo del siglo XX, y revive con fuerza ahora en el siglo XXI, en medio de las crisis partidarias, el desprestigio institucional de la democracia, y la disputa interminable por los modelos económicos. (O)