La razón de ser de la educación tiene dos protagonistas ineludibles e irremplazables; no existe maestro sin educando, no existe sistema educativo posible sin ellos: alumnos y maestros. Analicemos la realidad que viven niños, jóvenes y maestros en nuestro país y de qué forma esto afecta el proceso formativo y el desarrollo de un país.
La realidad del estudiante, aquel que por su estrato social y económico accede a la educación pública, carece de factores elementales: alimentación, vida digna, amparo del Estado. ¿Cómo garantizar lo que reza la Constitución?, ¿cuál es el camino, la oportunidad, cuando desde la normativa se ha limitado el acceso? Queremos un futuro mejor, cómo lograrlo cuando un gran porcentaje de la juventud no puede acceder a la educación de tercer nivel. Estos jóvenes, hoy en día y en pandemia, no tienen todos acceso a la educación virtual. No nos asombremos del auge de la delincuencia, más aún por el caldo de cultivo generado por la pandemia mundial. ¿Cómo un chico puede dedicarse con ahínco a su formación educativa cuando tiene hambre, preocupaciones por la falta de trabajo de sus padres, vive talvez la violencia intrafamiliar, rodeado de la delincuencia que lo asedia para conseguir, por el camino de la ilegalidad, todo aquello que le falta? Del otro lado, el principal interés de un maestro debe ser el hecho educativo y todo lo inherente a su actividad de educar. La vocación es necesaria para entregarse, investigar, vincularse a las realidades y necesidades de sus educandos, adaptar sus contenidos. No vive en la opulencia ni lo pretende, ve en la educación un apostolado, una oportunidad de transformar la sociedad. Su interés es dar luz y generar cambios tocando la vida de sus estudiantes a través del proceso enseñanza-aprendizaje. Es medular que él tenga un salario digno. (O)
Pilar Delgadillo Cobos, máster en Educación, Guayaquil