Me gustaría pensar que la elección de Luis Arce como presidente de Bolivia por el Movimiento al Socialismo (MAS) representa la corrección democrática a un proceso de cambio que había quedado atrapado en una estructura de liderazgo personalista, cerrada, autoritaria, alrededor de Evo Morales.

La característica del proceso boliviano en el llamado giro a la izquierda de América Latina se definió por la presencia activa de los movimientos sociales en la gestión gubernamental. Esa naturaleza de la revolución pacífica, como la llamaba Morales, se debió a la característica del MAS: un movimiento concebido como un instrumento de soberanía de los pueblos, que los representa y expresa en el campo de la política. En los inicios del proceso, el liderazgo de Morales siempre estuvo controlado desde abajo por una compleja trama de organizaciones sociales a las que debía rendir cuentas –eran sus mandantes– y a las que incorporaba de modo corporativo en la estructura de gobierno y en los espacios de representación parlamentaria.

La tensión entre la conducción del proceso y el mandato de las bases tendió a generar una estructura en la cual a Morales se le fue reconociendo –como argumenta el politólogo Fernando Mayorga– mayor espacio y autonomía para enfrentar las contingencias de la vida política. En ese creciente espacio abierto al líder del MAS y a la élite estatal, entre ellos al vicepresidente García Linera, Morales empezó a verse como insustituible. Por fuera de él, el proceso se caería. De allí surgió la tesis de la reelección indefinida del presidente a través de un plebiscito de reforma a la Constitución. Como sabemos, el MAS perdió esa batalla política. Fue el día en que toda la dirigencia masista en el poder, como lo relata el mismo Mayorga en un libro sobre el estilo de gobernar de Morales, le lloró al caudillo (las palabras son mías) para encontrar cualquier mecanismo que le permitiera seguir al frente del proceso. Y manipularon, a través del inmenso poder que tenían, las instituciones del sistema para que el líder del MAS fuera habilitado para un cuarto periodo presidencial en contra de lo dispuesto en la Constitución y a pesar de la derrota plebiscitaria.

Fue esa decisión impuesta de modo arbitraria la que condujo a una crisis de legitimidad democrática del proceso boliviano y a la caída de Morales en octubre del año pasado, con las denuncias de fraude. Todos sus partidarios y defensores hablan de un golpe. El peligro de esa interpretación es que libera de responsabilidad a Morales y a la cúpula del Movimiento al Socialismo de la crisis de octubre y de su propia caída. Fue el abuso del poder lo que condujo a las movilizaciones masivas, a la renuncia y al posterior exilio.

Pues bien, la votación enorme alcanzada por Arce puede expresar el deseo de una continuidad del proceso masista pero bajo una estructura de liderazgo renovada y menos personalista. Una vuelta democrática al giro a la izquierda. A diferencia de lo ocurrido en otros procesos recientes de América Latina, lo que se ha puesto en juego en Bolivia es la posibilidad de un relevo de liderazgo en el MAS sin ruptura del proceso de transformación. (O)