Por Lena Savelli *

Siete meses después de que la COVID-19 fuera declarada pandemia, continúa la emergencia global. Lo que inició como una crisis sanitaria, con devastadores impactos económicos, ha devenido en catástrofe humanitaria. Podemos superarla por dos caminos: mitigando algunos de sus síntomas o aprovechando la oportunidad para reconstruir sociedades más justas, equitativas y sostenibles.

La pandemia ha develado desigualdades sistémicas. Quienes ya vivían en la pobreza, las personas migrantes y refugiadas, los pueblos indígenas y afrodescendientes, las personas con discapacidad y otros grupos desfavorecidos han sufrido un impacto mayor. Las mujeres continúan absorbiendo la mayor carga de las tareas de cuidados, de la respuesta a la crisis, de la afectación a sus medios de vida y del aumento de la violencia en los hogares durante el confinamiento.

En América Latina, se espera que a finales de 2020 el PIB per capita retroceda a los niveles de 2010, que el desempleo alcance a 44 millones de personas, que más de 16 millones de personas no tengan la certeza de poder conseguir alimentos al día siguiente. En Ecuador, se estima que más de 661.000 personas quedarán desempleadas este año, con el consiguiente aumento de la pobreza, la exclusión y la tensión social. La caída de la economía bordeará el 9,6 % y el déficit fiscal podría superar el 10 % del PIB.

Desde el inicio de la crisis, las Naciones Unidas han contribuido en la respuesta humanitaria y sanitaria, promoviendo una recuperación integral. Apoyamos los esfuerzos nacionales para salvar vidas, controlar la propagación del virus y aliviar sus consecuencias económicas.

Pero se necesita hacer más: asegurar que la recuperación aborde las causas fundamentales de la desigualdad, la inestabilidad política y el desplazamiento; transformar el modelo de desarrollo; unir esfuerzos por el bien común; garantizar la protección y el progreso.

Hoy, las Naciones Unidas, con sus 193 Estados miembros, celebran 75 años. Ideales y valores basados en la igualdad, el respeto mutuo y la cooperación internacional ayudaron a evitar una tercera guerra mundial, cuyas consecuencias habrían sido catastróficas. Unidos bajo la bandera de “nosotros, los pueblos”, hemos forjado relaciones productivas de cooperación, establecido normas y acuerdos que codifican y protegen los derechos humanos, fijado ambiciosos objetivos de desarrollo sostenible y trazado el rumbo hacia una relación más equilibrada con la naturaleza.

Este 75.º aniversario es una oportunidad para reflexionar sobre el progreso y futuro compartidos, incluidas las responsabilidades con nuestro planeta y con las generaciones futuras.

El mundo superará la crisis, pero solo si actuamos juntos y rápido. Necesitamos un multilateralismo más eficaz, mayor cooperación internacional y ampliar nuestra idea de gobernanza global más allá de los gobiernos, para incluir a empresas, sociedad civil, academia, mujeres y jóvenes.

La Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible es nuestra hoja de ruta. Construyamos el mundo que necesitamos: pacífico, inclusivo y sostenible, sin dejar a nadie atrás. (O)

*Coordinadora Residente de Naciones Unidas en Ecuador