Lo dice mucha gente, y es desgraciadamente verdad. Octubre fue un golpe muy duro para nuestra creencia de relativamente buenas y pacíficas relaciones sociales, que son parte de la historia ecuatoriana del último siglo (revueltas cortas, ninguna guerra civil o guerrilla realmente peligrosa, dictaduras blandas). Y ahora estamos golpeados por el coronavirus, pero más aún por el virus de la corrupción. La gente está dispuesta a sacrificios, pero no a “que le vean la cara”. Recordemos 1999: la gente aguantaba, golpeada por el congelamiento bancario y el desastroso entorno económico, pero perdió la esperanza en el preciso momento en que se enteró que había una extraña y grave colusión entre Mahuad y el Banco del Progreso. Ahora los escándalos diarios en Quito, Guayaquil o Manabí; unos que se pasean en Ferrari, otros escapándose en avioneta, y hay los que se exhiben desde Miami. Mientras la gente sufre la economía, la corrupción es el peor golpe a su alma.
No creemos en nada, cuando debemos al menos creer en la capacidad para llegar a acuerdos, para sobrellevar esta crisis y preparar mejores años. “Para qué crear un Fondo de Emergencia si ese dinero se lo llevarán”, pero es indispensable porque sin ese fondo no sabemos ni cómo ni con cuánto ayudaremos a las familias y empresas vulnerables a salir adelante. “Por qué pagar algún impuesto solidario si ese dinero se malgastará”, pero sí es económica y moralmente justo cobrar ese impuesto (no el alza del IVA) para los que vivimos mejor la cuarentena (y debemos agradecerlo). “Para qué endeudarnos”, pero es necesario porque debemos “reponer” $7000 a $8000 millones que se han evaporado este año (aunque el precio del petróleo será mejor que la catástrofe pronosticada por algunos).
Y más tarde (aunque no puede ser muy lejano) deberemos mirar hacia una reforma laboral permanente, y la del sistema de Seguridad Social, y apoyar un mayor desarrollo del petróleo y la minería responsables, abrirnos al mundo y la economía interna a mayor competencia… Y todo eso en el entorno de una incapacidad colectiva para dialogar, para intentar entender por qué los otros pueden pensar diferente y no descalificar de entrada sus argumentos, no colocarnos cada uno en nuestra esquina y nunca acercarnos. Es nuestro esquema político que refleja un cierto sentir de la sociedad, un cierto temor a explorar nuevos senderos o a creernos capaces de ser mejores de lo que hemos sido… ¿Dónde y cómo se generan esos acuerdos? Primero, sin duda, en la mente, pero además en los medios de comunicación, en los entretelones, en “la conversación diaria”, en la manera como las élites (políticas o no) están dispuestas a asumir su rol, y no solo defender sus pequeños espacios.
… Aferrémonos a la esperanza. Como dice C. Zuchovicki: “Hoy, vendemos cero y antes vendíamos seis. Cuando esto termine vamos a vender uno, que es mejor que cero, y en dos meses venderemos dos, que es el doble de uno, y quizás en un año vamos a vender cuatro y será la gloria y, para entonces, este presente quizá sea solo un mal recuerdo para valorar lo que realmente importa… la confianza no se compra, se siente o no se siente”.
NOTA: …pero vamos mal, la Asamblea tomando muy malas decisiones ante el veto. (O)