La visión ingenua y edulcorada del Ecuador como la expresión terrenal del realismo mágico surgió mucho antes de ser recogida por la literatura y perduró por larguísimo tiempo. En lo político, esa ilusión se fue construyendo a partir del relato histórico plagado de leyendas, mitos y mentiras, hasta llegar a convertir en mesías a caudillos ególatras e ignorantes, pasando por imaginadas bondades de nuestras conductas sociales. En lugar de buscar explicaciones y soluciones para la permanente repetición de errores colectivos, los pintamos de colores (más apastelados que vistosos), evitando siempre vernos en el espejo. Por ello, nos hemos tardado unos buenos años en desentrañar las mentiras de la utopía reaccionaria que nos gobernó durante diez años y nos cuesta entender la lógica de la podredumbre que aparece en estos días. La realidad-real, opuesta a la realidad-imaginada, se nos presenta brutalmente y no tenemos los instrumentos para enfrentarla.

Las redes de corrupción son la expresión más acabada de esa realidad que nos negamos a aceptar. Queremos verlas como algo ajeno, como hechos aislados que no corresponden a nuestra forma de ser. Pero si esas mafias vienen operando desde hace muchos años, si involucran a políticos, a empresarios, a funcionarios públicos, a personas comunes y corrientes e incluso salpican a iglesias (¿qué esperan para excomulgarlos, expulsarlos o como quiera que se llame?), quiere decir que el fenómeno ya es algo cotidiano. Para comprobarlo, basta ver que dejaron de ser hechos recogidos por la crónica roja o de periódicos sensacionalistas, para convertirse en titulares de primera plana de todos los medios.

Los últimos casos destapados por las investigaciones periodísticas y de la Fiscalía presentan el grado de sofisticación que han logrado esas prácticas al crear un amplio repertorio de medios y modalidades. Hasta hace poco, con el descubrimiento del sistema montado en la presidencia de la República por los de las manos limpias, se pensaba que la coima era la única mañosería existente en la contratación pública. No, esa es solamente una de las modalidades y se queda en las cúpulas políticas y empresariales. La de los Danieles y los in-Morales penetra en diversos estratos sociales, no se restringe a las grandes empresas (que también participan), crea un sinnúmero de siglas y nombres fantasmas, hace partícipes a funcionarios de tercera o cuarta (aquellos que no levantan sospechas pero que con un clic pueden mover millones) y, sobre todo, como han visto en las películas, fortalece los lazos familiares.

Para calificar a esta aparentemente nueva situación se ha usado el símil con el avance de la actual pandemia. Esa misma analogía debería servir para no tratar de mantenerse al margen. Esas redes no podrían desarrollarse y permanecer si no tuvieran el ambiente adecuado para ello. No podemos quejarnos o pretender quedar al margen si no aplicamos la mejor y más efectiva medida, que es la sanción social a los corruptos y que depende únicamente de la propia voluntad sin necesidad de decisión judicial previa. Al no hacerlo, voluntaria o involuntariamente, estamos optando por convivir con ellos y fortalecer a la corrupción como una forma de vida. ¿Podremos abandonar el realismo mágico y aceptar la realidad-real? (O)