La pandemia es una consecuencia de las limitaciones humanas y del irrespeto a las normas exigidas por la identidad de los seres y por su interrelación.
Una diferencia de la persona humana con otros seres terrestres es su libertad; libertad indisolublemente unida a la responsabilidad. No todo es “voluntad inmediata de Dios”.
La pandemia del coronavirus, sin dejar de ser globalmente nefasta, tiene el elemento positivo, en cuanto ofrece un ambiente propicio a la reflexión a quienes acepten vivir como humanos.
La reflexión mueve a descubrir la corresponsabilidad, por ejemplo, a aceptar, aun a regañadientes, cubrir nariz y boca, para evitar el posible contagio. La responsabilidad por amor madura; la que es secuencia del temor termina apenas este desaparece.
La observación realizada de lo que acontece en varios inviernos, primaveras, otoños y veranos llevó a afirmar: “No hay mal que para bien no venga”.
El hombre va descubriendo leyes, que orientan la múltiple y compleja interrelación entre los seres del universo. El hombre no puede impunemente vaciar de contenido la identidad de los seres, menos aún corromperla. El hombre señorea, pero como vasallo, no como señor absoluto. El hombre no es un ser solitario, aislado; es esencialmente un miembro inserto con su propia identidad en la comunidad, a la que da y de la que recibe consistencia. El hombre debilita, oscurece y hasta pervierte su identidad, encerrándose, pronto para acaparar, tardo para compartir. Un hombre con identidad oscurecida y debilitada debilita también el curso de la historia.
Pandemias como la del coronavirus no se improvisan; no surgen de la nada; son consecuencia inmediata, mediata o remota de acciones humanas y de la limitación interna de los seres. Quienes, por pereza de pensar, de luchar, u otra motivación similar, pretenden encerrarse en el hoy y en el aquí, con la ilusión de actuar como señores absolutos, con derechos sin deberes, confunden derecho con capricho y más temprano que tarde “se dan y dan con la piedra en los dientes”.
El hoy y el aquí llevan su identidad a plenitud en la historia, cuando son considerados y vividos por la persona humana como un eslabón, importante sí, pero solo eslabón. La historia no comienza ni termina hoy. No solo el pesimismo, también el desmesurado optimismo rompe la cadena de la historia.
Las observaciones anteriores nos llevan a la cuna de la problemática: la educación en el hogar, escuela de la persona humana consciente de sus derechos y también de sus deberes, en los diversos niveles de la sociedad: a más derechos más deberes. Aun los derechos innatos no encierran a la persona humana; la vitalizan y la invitan a ser y a crecer, dándose.
Presente y futuro plenamente humanos se fundan en el cultivo y vivencia de reflexión, libertad y responsabilidad. En diverso grado sí, pero de todos.
Una expresión de irresponsabilidad y de piedad superficial es la frase “Aceptar la voluntad de Dios”.
No todo acontecimiento es producto inmediato de la voluntad de Dios. (O)