Las intervenciones socioeconómicas en ecosistemas causan alteraciones que promueven conectividades biológicas con grupos humanos, es decir, transmisión de enfermedades de origen animal. El COVID-19 es un caso de evento antropogénico en que la sociedad promovió el salto de este virus desde una especie animal a la humana.
El vínculo entre la degradación de ecosistemas y la transmisión de virus y patógenos a la especie humana es conocido, pero se ha subestimado su peligrosidad pues típicamente afecta a comunidades locales. Hoy toma relevancia por el impacto global del COVID-19.
Hasta ahora las políticas para proteger ecosistemas han sido adoptadas de manera laxa, buscando alcanzar el mínimo que permita cumplir con los acuerdos y compromisos internacionales. Buena parte de los países del mundo se encuentra alterando sus ecosistemas para expandir la frontera socioeconómica y lograr sus objetivos de desarrollo económico.
El COVID-19 es solo un ejemplo de lo que puede ocasionar la suma de vacíos y negligencias en el control y protección de los últimos ecosistemas que le restan al planeta. Es necesario revisar las políticas ambientales sobre la conservación de ecosistemas. El avance de la frontera agrícola y colonización en bosques naturales, la transformación de ecosistemas para usos socioeconómicos, van a tener efectos cada vez más desastrosos, pues el equilibrio entre la expansión de la sociedad humana y la mantención de ecosistemas en su estado natural ha sido roto.
Los procesos socioeconómicos destructivos de ecosistemas en países tropicales están dejando sin hábitats a especies silvestres que, bien desaparecen o se adaptan a convivir con las sociedades humanas y comparten zoonosis con ellas. Esta es la dinámica subyacente que ha promovido el salto de virus de animales silvestres a la sociedad humana en las últimas décadas. Si no se controla la manera como la sociedad interviene en los ecosistemas, se generarán pandemias con mayor frecuencia, saturando las capacidades de respuesta de la sociedad humana.
El peligro de este proceso es que si aparecen pandemias con más frecuencia, la humanidad no va a poder confrontarlas adecuadamente, lo cual ocasionaría un impacto socioeconómico cuya recuperación tardaría décadas, incluidos una reducción drástica de la población mundial y un retroceso significativo en los avances obtenidos en su bienestar. Este riesgo debe ser materia de debate en los Gobiernos a fin de reenfocar sus procesos de desarrollo, especialmente aquellos vinculados con la transformación de ecosistemas. Ecuador, uno de los países con mayor biodiversidad del mundo, no puede eludir este debate. Es necesario reflexionar sobre sus políticas ambientales y productivas de manera real y plantear el abandono gradual de la dependencia económica hacia los bienes primarios.
La pandemia del COVID-19 también nos recuerda que otras amenazas, como las derivadas del cambio climático, se ciernen sobre la sociedad global. Esto obliga a reenfocar la política pública y a preparar a la sociedad para enfrentar escenarios adversos que alterarán la calidad de vida y las fuentes de subsistencia.
Nuestro invitado. Antropólogo.