Para la humanidad, esta es una de las más graves crisis de todos los tiempos. Para el Ecuador, es la peor de todas, que se hace evidente desde un azorado presente congelado en el grisáceo tiempo del confinamiento y en la angustiosa incertidumbre que provoca mirar las posibilidades de un futuro que se revela marcado por grandes dificultades en todos los ámbitos sociales. Es que hoy, desde la obscena crudeza de cientos de muertos y de los destinos rotos de tanta gente, resulta imposible no mirarnos críticamente como pueblo, en nuestra lacerante identidad que ha producido este presente que condiciona casi fatalmente el porvenir, porque lo que nos pasa no es responsabilidad exclusiva de los malos gobernantes, empresarios, sindicalistas, profesores o ciudadanos específicos, sino que nos involucra a todos.

La desigualdad económica y social en Ecuador es inaceptable y obscurece cualquier visión positiva de un mejor futuro. Los pobres son mayoría y sus formas de vida –que en lo bueno y en lo malo son compartidas por todos– en muchos casos están marcadas por la falta de educación cívica y precariedad material que condiciona el libre albedrío, por el hacinamiento que se opone inconmovible al ‘distanciamiento social’, por la ignorancia que permite se considere normal a la ‘viveza criolla’, cuando de lo que se trata es de corrupción pura y simple.

Por otro lado, nuestra idiosincrasia es racista y prepotente. Pensamos que somos mejores que los otros por el color de piel, apellido, riqueza, educación o cualquier otro prejuicio. Consideramos que los extranjeros blancos son mejores y con ellos somos obsequiosos lambones. Desde esta aproximación se comprende el profundo enraizamiento social de estos complejos de superioridad e inferioridad, que se refleja a su vez en los insultos que proferimos para denostar… Así somos, desde que empezamos a ser en el siglo XVI, luego durante los trescientos años de colonia y más tarde en los doscientos republicanos.

En este escenario, la pandemia devela nuestra indefensa intimidad frente a la depresión económica global, que los países más organizados la resolverán desde la fortaleza de su institucionalidad pública que apoyará a lo privado. El Ecuador no puede reaccionar así, porque estamos colapsados como Estado y no tenemos recursos, porque los ingresos externos del petróleo, camarón o turismo ahora son menores, porque los ingresos fiscales son escasos, porque la economía interna está paralizada y las empresas no producen, no venden y eso influye en el empleo y el consumo.

Las recetas para salir de la crisis son siempre instrumentales y funcionales. Todos dan por hecho que la solidaridad, el sacrificio y otras actitudes que se esgrimen como sustanciales son de espontánea generación, cuando deben ser cultivadas. Se debe preparar el terreno –mayor equidad social y económica– para que se puedan sembrar valores con razonables expectativas de cosecha. Es imperativo educar para fortalecer comportamientos cívicos, acción que no excluye la necesaria y urgente estrategia económica, política y jurídica que, si no se conecta con su fundamento ético, adquiere un protagonismo que no le corresponde, porque la sabiduría e inteligencia profunda, más que en el método, se encuentra en la honradez, el enfoque ético y en la visión de sostenibilidad… categorías de la filosofía moral. (O)