¿Somos responsables por nuestras acciones y omisiones conscientes?

¿Debemos reparar los daños que causamos a otras personas, naturales y jurídicas?

¿Solamente los daños o también los perjuicios?

¿Hemos sido educados y hemos educado con el correspondiente sentido de responsabilidad, como consecuencia de las acciones y omisiones que a diario realizamos?

¿Realmente respondemos, esto es, asumimos las consecuencias no solamente positivas sino, particularmente, las negativas de lo que hacemos o dejamos de hacer en el cumplimiento de nuestros roles familiares y sociales?

¡Menudo temario!

Tengo la impresión de que no todas las personas tenemos la experiencia de hacernos introspecciones de este tipo, salvo quienes practican, más o menos a menudo, el examen de conciencia, particularmente los católicos que debemos realizarlas con frecuencia y fundamentalmente para la celebración del sacramento de la penitencia o confesión.

La importancia de ese examen, me parece, es poner en claro, luego del correspondiente análisis y ponderación, los daños espirituales y materiales causados a otras personas, arrepentirnos, comprometernos a no volver a causarlos y repararlos, en la medida de nuestras posibilidades.

Por eso, por ejemplo, el que ofende debe pedir perdón y reparar el daño si es pertinente, el que hiere debe curar la herida y el que roba, devolver lo robado.

Por regla general, entre el ofensor y el ofendido se encuentra el Estado y sus instituciones, a través de las cuales debe colaborar para que exista la debida aplicación de la justicia que, al dar a cada uno lo que le corresponda, ha de procurar restablecer el equilibrio y bienestar social, lo cual es una dura y difícil tarea que cuando no se realiza oportunamente genera o puede generar verdaderas espirales de violencia.

Durante la educación o formación integral de los seres humanos, de cuya responsabilidad y por regla general las sociedades encargan al padre y a la madre de las criaturas o a sus familiares cercanos, se implantan las reglas de valor de las conductas humanas, que deberán servir de guía para avanzar y desenvolver sus actividades en los grupos sociales en los que viva.

Por eso, no en vano se afirma que la familia es la base de la sociedad y que cuanto mejor integrada y sana esté, quienes la conforman estarán en mejores condiciones para crear ambientes de armonía, solidaridad y fortaleza, dotando a sus integrantes, así como a las nuevas generaciones que procreen, virtudes de trabajo y solidaridad, sin las cuales terminarán mal, convirtiéndose en lastres, que no solamente no colaboran en el mejoramiento general de los estándares de vida, sino que suscitan trabas que impiden mejorar y, a veces, provocan la destrucción de tejidos sociales, que otras personas habían forjado con denuedo y satisfacción.

¿Cómo reparar los daños que podemos causar como consecuencias de nuestras imprudentes o indebidas acciones u omisiones?

¿Es posible hacerlo? ¿A veces sí y a veces no?

¿Las reparaciones suelen ser fuentes del perdón en el ambiente familiar, pero acaso funcionan en el social?

¿Deberíamos reglarlas familiar y socialmente?

¿Sería tan amable en darme su opinión? (O)