Una señora se desvanece justo frente a los estantes de un supermercado caraqueño, ahora llenos de leche. Antes que ella, habían caído al suelo varias lágrimas que rápidamente se amontonaron hasta formar un pequeño y salado charco. A su lado, dos niños completamente desconcertados intentan levantarla, mientras la mirada de la señora permanece fija sobre la etiqueta que muestra el precio del lácteo en dólares. No se trata de un caso de falta de destrezas o habilidades matemáticas. Al contrario. Fue la velocidad con que computó los múltiples tipos de cambios disponibles la que la llevó, en una pequeña fracción de segundo, a la única conclusión posible: desplomarse.
La escasez ha cedido y la inflación desacelerado, no obstante, la tragedia venezolana continúa, acumulándose y destruyendo la vida de la gente. ¿Cuál es la diferencia entre un kilo de carne que cueste 2 salarios mínimos y uno que cueste 3 para quien gana tan solo uno y debe alimentar con ello a dos niños pequeños? ¿Qué importa que el precio de la leche se coloque en bolívares, dólares, euros o cualquier otro, cuando el salario no alcanza?
Al cierre del año la inflación anualizada es superior a 13 000 por ciento, mientras que para todo el periodo hiperinflacionario, que se inició formalmente hace dos años en noviembre de 2017, alcanza casi 300 millones por ciento.
Nicolás Maduro, por su parte, vuelve, por acción y omisión, a implementar una nueva reforma económica. Libera precios, libera la moneda y permite la circulación de divisas extranjeras, con el objeto de “aliviar la presión”. Liberación a medias, claro, hasta que encuentre una nueva razón para volver a controlarlo todo. Por ello, esta seudoliberación no es oficial. Maduro la menciona en entrevistas, pero nunca la institucionaliza. Así funciona el poder, es discrecional. No necesita derogar la ley que controla los precios, simplemente deja de aplicarse a pedido presidencial. Se colocan en stand by. ¿Por qué habría de derogarla si pronto habrá de nuevo una razón para implementarla? Pronto serán funcionales para señalar a algún nuevo enemigo.
Tampoco se diseñaron políticas públicas para mitigar los efectos del nuevo modelo de omisión económica. No es necesario, pues todo ha sido producto espontáneo de la sociedad, mientras el todopoderoso Estado venezolano permanece ajeno, laissez faire.
La dolarización ha sido un fenómeno que surgió como “una autorregulación necesaria de una economía que se niega a rendirse”. La cita no pertenece a Adam Smith. Pertenece, aunque usted no lo crea, a Nicolás Maduro, quien ahora parece creer en invisibles extremidades con la capacidad de regular espontáneamente el funcionamiento de la economía.
Mientras tanto, el consumo continúa desplomándose y con él el crecimiento, no el de la economía, sino el de los niños. Según un informe realizado por Cáritas Venezuela, el número de niños menores de 5 años en junio de 2019 “sin déficit nutricional” era de tan solo 39 %. El restante 61 % se distribuía entre aquellos en situación de “alerta” (32 %), “riesgo nutricional” (19 %), “desnutrición aguda moderada” (7 %) y “desnutrición aguda severa” (3 %). Al cierre del año la situación es aún más grave: el “33 % de la población infantil menor de 5 años presenta daños irreversibles que afectarán su desempeño físico y mental por el resto de su vida”, afirma la nutricionista venezolana Susana Rafalli.
La economía podría, eventualmente con esfuerzo y políticas acertadas, retomar su senda de crecimiento. Los niños que padecen desnutrición, no.
(O)