“Los pueblos que ignoran su historia están condenados a repetirla”. Esto vale tanto para la historia remota, como para la reciente. La violenta crisis que hemos vivido es un ejemplo, se parece muchísimo a la de los años ochenta. Se han repetido los errores de hace cuatro décadas, pero no los aciertos. Como el recuento del pasado se registra en libros es obvio que el Ecuador ignore su historia, porque leemos un cuarto de libro por persona al año. La famélica dieta de lectura se complementa con un silencio siniestro alrededor de las obras publicadas. Por valiosas que sean, tras un par de artículos y una entrevista, se hunden en el olvido. Sería de esperar que un libro que aporta sea motivo de polémica y materia de debates de nivel, nada, ni siquiera discrepancias. Por eso no me extraña pero me amarga ver que el análisis Osvaldo Hurtado visto por sus contemporáneos, publicado por el cientista americano Nick Mills, no ha tenido la atención que merece.

Arranca con un ensayo-memoria introductorio de Mills, ameno y bien escrito, para recoger luego 36 entrevistas. Las iniciales son de los familiares del expresidente, serenas y sinceras. Luego vienen las de quienes fueron funcionarios de su gobierno, de académicos, de políticos con los que interactuó, de periodistas y de un líder obrero. Concluye con planteamientos del editor sobre temas cruciales, a los que Hurtado responde exhaustivamente: su vida, la democracia cristiana, equivocaciones, aciertos, su relación con Jamil Mahuad y la muerte de Jaime Roldós. De estas conversaciones surge un vasto y único mural de la historia política ecuatoriana, por lo menos del último cuarto del siglo XX, en el cual este político tuvo un papel determinante. También se retratan los entrevistados que, con generosidad e inteligencia algunos, otros con vanidad y vaciedades, revelan cosas y revelan quiénes son.

Se logra un retrato de cuerpo entero y gran formato del académico estudioso, del político honesto, del gobernante sereno que afrontó situaciones críticas, que desde la oposición no temió a presidentes autoritarios ni a dictadores, que asumió una dura derrota electoral con una entereza que otros no han tenido en la victoria, del ideólogo que supo auscultar los signos de los tiempos para rectificar con honradez intelectual sus posiciones. Su estatura es de estadista. Hay dos detalles de la vida del expresidente que me explican mucho de su manera de ser y de sus hechos. Fue durante algunos años profesor (soy su extemporáneo, porque cuando ingresé en la Universidad Católica él ya era catedrático, no fui su alumno, pero era uno de los maestros más esclarecidos). Dice en este libro, y parece evidente, que en esta actividad adquirió el hábito de pensar con orden y exponer con claridad. La otra faceta es su afición a la jardinería, que afirma tenerla desde niño. Cuidar un jardín es una escuela inmejorable para un político. Usar la herramienta adecuada, seleccionar las semillas, arrancar la maleza, erradicar las plagas y malezas... tino, visión de futuro, elegir la estación ideal, paciencia y no perder la esperanza.

(O)