Está claro que la educación es la clave para el desarrollo y que los más importantes problemas del planeta se originan en una educación deficiente. Esfuerzos y recursos son destinados para ofrecer a niños y adolescentes la educación que les garantice un mejor futuro y que responda a las necesidades de la sociedad. Sin embargo, ¿qué es mejor futuro y cómo evaluamos la calidad de la educación?

La doble etimología del término educar, del latín educare –criar, alimentar– y exducere –sacar o conducir desde adentro hacia afuera– marca las potenciales rutas de la educación; una que considera el proveer de conocimientos, y otra que se orienta a descubrir y sacar el potencial, los talentos innatos. Los sistemas educativos actuales toman mayoritariamente la primera vía considerando, además, a la formación como sinónimo de educación. El término “formar” proviene del latín formare, que significa “dar forma a una cosa, modelarla, conformar algo”. Las formaciones profesionales proveen a los jóvenes los conocimientos para desarrollar una actividad laboral que les garantice ingresos económicos. Según entendidos, este proceso es equivalente a “formatear” que, como para un computador, corresponde a borrar la información existente para introducir nueva. De la misma manera la “educación tradicional” requiere “borrar” o, al menos, “enmascarar” aquellos talentos con los que nacemos para llenarlos con aquello que la sociedad considera necesario. Por el contrario, sociedades antiguas, como la de los esenios, observaban a los niños hasta los siete años para ayudarlos a descubrir sus talentos y orientar su actividad futura hacia aquello que harían con entusiasmo y pasión.

Edgar Morin, filósofo y sociólogo francés, en su libro Los siete saberes necesarios para la educación del futuro plantea los siete vacíos profundos de la pedagogía docente actual.

1.- Las cegueras del conocimiento: abrirnos a nuevas ideas sin aferrarnos a ideas aceptadas o establecidas. 2.- Los principios de un conocimiento pertinente: desarrollar la inteligencia general para resolver problemas tomando en cuenta la complejidad, el contexto, y manteniendo una percepción global. 3.- Enseñar la condición humana: entender que el destino individual y colectivo de los seres humanos está entrelazado y con un destino común como ciudadanos de la tierra. 4.- Enseñar la identidad terrenal: todos habitamos la misma “residencia terrenal”, integrar a la Tierra como nuestra primera y última Patria compartiendo un destino común. 5.- Enfrentar las incertidumbres: confiar en lo inesperado y trabajar para lo improbable. 6.- Enseñar la comprensión: la comunicación sin comprensión se reduce a palabras. Aprender a comprender y tolerar las diferencias. 7.- La ética del género humano: Tomar consciencia de nuestra Tierra-Patria, una ciudadanía terrenal con la democracia y la política encaminadas a la solidaridad y la igualdad.

Una verdadera educación generará ciudadanos con consciencia planetaria, éticos, pensantes, reflexivos; abiertos al cambio, sin dogmas ni sectarismos; comprensivos, compasivos y solidarios entre sí y con el planeta. Seres humanos desarrollando todos sus potenciales e individualidades para colaborar y no competir.

Nuestro país, la región, el planeta demandan con urgencia cambios radicales de la educación como única vía para garantizar nuestra supervivencia como especie en esta nuestra Tierra-Patria.

“El cerebro no es un vaso por llenar, sino una lámpara por encender”. Plutarco. (O)