Opinión internacional
Los ciclos económicos y políticos reiterados parecen ser la constante en la historia de América Latina. Épocas de abundancia que se destinan al despilfarro y no al ahorro, y escasez de recursos que acaban en crispaciones primero y violencia después. Esto parece ser parte de un libreto conocido a lo largo de nuestra historia. Los populistas –hijos de la abundancia– reparten generosamente los bienes con el firme objetivo de mantenerse en el poder aunque saben perfectamente que eso no es sostenible en el futuro. Crean una falsa ilusión de crecimiento pero no de desarrollo que poco tiempo después se hunde en carencias, demandas y frustraciones. Pasó en el Brasil de Lula que pregonaba que el país había dejado atrás a millones de pobres que habían alcanzado milagrosamente el nivel de clase media con 200 dólares mensuales de ingresos, o en la Argentina de los Kirchner que decidió subsidiarlo todo dejando una bomba de relojería para explotar en el Gobierno siguiente. No hay una sola idea de originalidad en estos ciclos que, de tan repetidos, aburren y frustran.
Lo que viene después es conocido. Créditos con recetas que ponen a los gobiernos enfrentados con un pueblo que se acostumbró al subsidio y del que hicieron fortuna varios proveedores de los mismos y que no están interesados con acabarlo. Por el contrario, se cree que eso es eterno y que los recursos son ilimitados. Afirman que todos pagamos algo, cuando en realidad a todos nos sacan el futuro por este camino que allana el sendero a la violencia y la inestabilidad. Parecería absolutamente imposible, en tiempos democráticos, afirmar lo que Churchill en campaña había prometido a los británicos en la Segunda Guerra Mundial: sangre, sudor y lágrimas, y menos aún el extraordinario esfuerzo de la reconstrucción de los derrotados japoneses y alemanes después de la conflagración. Administrar realidades sin mentirse ni engañar es la primera tarea de cualquier gobernante, lo opuesto es irresponsabilidad y sinvergüencería. El disfrutar los recursos en tiempos de abundancia sin pensar en el invierno que pueda venir es carecer en absoluto de espíritu patriótico, tan necesario como urgente en los tiempos que corren.
Nos reiteramos en los errores y a pesar de los costos evidentes de estos no atinamos a corregirlos y evitar los daños que eso supone para todos. La ingobernabilidad deja la sensación de fracaso en la democracia de la que se aprovechan los autoritarios y fascistas. A ellos les conviene alcanzar el poder sobre el descrédito de la gestión que se basa en corregir las desviaciones y excesos de los tiempos de la abundancia. No hay memoria popular de lo correcto cuando la piñata de la abundancia desparrama sus recursos entre los que participan de la fiesta. Requerimos gobiernos claros, sinceros y realistas. De los que les hablen con sinceridad a su pueblo y que tengan los atributos de asumir los costos de corregir los excesos con una capacidad y coraje que recuerde sus nombres en el bronce de la historia.
Estamos dejando en varios países latinoamericanos la sensación instalada de incapacidad y reiteración de los errores, y lo peor, dispuestos a volver a votar por la nostalgia que dejó en la realidad cercana tantos dolores y frustraciones, como el caso argentino. (O)