Probablemente le llamará la atención el título de este artículo de prensa porque no es común escuchar la palabra sinvivir en el lenguaje coloquial y aún profesional, salvo probablemente en el campo de la medicina.

No conozco si usted la ha oído o utilizado.

Yo la he escuchado varias veces en programas de televisión originados en otro país y, aunque deducía su significado, no tuve la certeza de su definición hasta leer en el Diccionario de la Lengua Española: Estado de angustia que hace vivir con intranquilidad a quien lo sufre.

Según la misma fuente, intranquilidad quiere decir falta de tranquilidad, tranquilidad es cualidad de tranquilo y el tranquilo es quieto, sosegado, pacífico y se aplica a personas que se toman las cosas con tiempo, sin nerviosismos ni agobios, y que no se preocupan por quedar bien o mal ante la opinión de los demás.

Puede parecer un juego de palabras o un trabalenguas; pero no, se trata de algo serio, muy serio, pues el padecimiento del sinvivir debe generar malos momentos a quien lo sufre y también a quienes conforman su entorno familiar, laboral y social.

Al llegar a este punto del artículo en desarrollo, recuerdo las distinciones que han sido determinadas por nuestra comunidad humana entre los campos que corresponden a la religión, la ética y el derecho, así como las distintas consecuencias en caso de transgresiones a las normas de conducta que postulan y entre ellas podría estar el sinvivir.

Aunque este no derivaría necesariamente de problemas generados por transgresiones o incumplimiento de normas religiosas, sociales o jurídicas, porque puede originarse también por efecto de desastres naturales, por ejemplo.

Además, existen trastornos de salud que no necesariamente provienen de acciones u omisiones indebidas que transgreden normas.

No obstante, el bien pensar y el bien actuar me parece que deberían constituir antídotos contra el sinvivir.

Sin embargo… parece que siempre hay por lo menos un pero, se me ocurre que una causa que origine un sinvivir puede provenir de factores externos a quien lo sufre, como la que puede generar un desastre natural o también ataques deliberados de terceras personas a la integridad física o moral.

No todas las personas pueden resistir, sin sentir y sufrir daño, ese tipo de agresiones.

Lo cierto es que vivir padeciendo un sinvivir no es ni remotamente solamente un trabalenguas, pues constituye un grave padecimiento de no fácil solución, cuya sanación requiere de identificación, diagnóstico y terapéutica oportunos y apropiados.

¿Se realizan investigaciones, se establecen protocolos y se planifican soluciones apropiadas para estos casos?

¿Habrá muchas o pocas personas agobiadas por este mal, incluso ignorantes de la causa de su padecimiento, sin que nadie se les aproxime siquiera con la esperanza de su curación?

Al concluir, me parece que cabe una reflexión adicional, respecto de nosotros mismos: ¿Debemos interrogarnos si somos causantes del sinvivir de alguna persona? ¿Qué deberíamos hacer si lo somos?

¿Sería tan amable en darme su opinión?(O)