En El aprendizaje del escritor, un corto texto de Jorge Luis Borges, cita el autor una frase del inglés G.K. Chesterton –a quien admiraba– cuando este se refiere al oficio de escritor y a sus exigencias: “solo una cosa es necesaria, todo”. Creemos que la cita también aplica a la economía, al menos si lo que busca es el bienestar social.

Desde el “grandioso” enfoque de los clásicos, Smith y Ricardo, hasta el concepto de Lionel Robbins, aquel de que la “economía es la ciencia que analiza el comportamiento humano como la relación entre unos fines dados y medios escasos que tienen usos alternativos”, ¿cuál otro podía ser su objetivo, sino el bienestar, finalmente?

El progreso se haría, en teoría al menos, en un contexto de equilibrio –eso sería el intercambio– y cuando la competencia, por ejemplo, resulta de procesos en los cuales las condiciones son transparentes y las retribuciones, independientemente del papel de los agentes en la reproducción y la repartición, justas, no producto del aprovechamiento de la inseguridad del empleo, de modelos parciales y de demandas atravesadas, lo que se observa con frecuencia.

Hace unos meses accedimos al último libro del economista francés Jean Tirole, Premio Nobel de Economía 2014 (Jean Tirole, Économie du Bien Commun, PUF, París, 2016). Tirole sostiene en ese libro un enfoque en el que armoniza “una cierta visión de la economía, ciencia que cruza los hechos al servicio del bien común, y el del economista, investigador y hombre de terreno”.

Señala que después del fracaso económico, cultural, social y ambiental de las economías planificadas; después de la caída del muro de Berlín; y, de la mutación económica de China, la economía de mercado es el modelo ahora dominante.

Mercado, nuevos actores y comportamientos, mundialización y otros eventos parecen haber puesto límites –repitámoslo, límites- a las decisiones públicas vigentes en las sociedades centralizadas de antes de 1989, cuyo fracaso es innegable. Un poder judicial pulcro y autoridades independientes para la regulación del mercado (y de lo social) pasaron a ser claves en el modelo de reproducción de la sociedad, vista como un todo.

Sin embargo, muchas veces se arrastraron los defectos de lo mercantil –los mercados no son perfectos, hemos dicho– a lo social y el bien común fue dejado de lado. Definir el bien común siempre resultó controversial, pues depende de muchos factores y percepciones. Difícil, ciertamente.

Según Tirole, son siempre las incitaciones materiales, sociales y preferencias combinadas las que definen nuestro comportamiento en perspectiva del interés colectivo. Ello pasa en buena medida por la construcción de instituciones que concilien con eficiencia los mejores intereses de todos, más aún si se abona por ese servicio (vía impuestos o contribuciones).

Bajo esta óptica la economía no es una finalidad sino un instrumento aún imperfecto. No puede estar ni al servicio de la propiedad privada ni de quienes desean utilizar el Estado para imponer sus propios valores y patrocinios.

Tirole repudia lo que denomina el “todo mercado” (le tout-marché) o el “todo estado” (le tout-état). La economía debe buscar el bien común, volver al mundo mejor. El buen funcionamiento de los mercados podría promover el paso a un estadio superior de organización social. Esto es lo importante. No lo olvidemos.

En una de sus referencias a Daron Acemoglu, profesor del MIT, destaca que cuando la búsqueda del beneficio y el enriquecimiento no está sometida al control de instituciones y reglamentaciones apropiadas, el leitmotiv del capitalismo degenera en la búsqueda de rentas, corrupción y criminalidad. De esto hemos visto mucho en el Ecuador, desafortunadamente.

Analiza los determinantes del porqué y cómo avanzar hacia un estado moderno. Un vez más, obliga esto a que las reglas de competencia, por ejemplo, se basen en la eficiencia y la innovación y no en malas prácticas de la libertad de emprendimiento e intercambio. Se incluye, de hecho, la gestión pública relacionada con la solidaridad.

El nobel 2014 relieva la importancia de la complementariedad entre Estado y mercado: estas no son esferas sustitutas, como muchos lo creen. Hay mercados imperfectos, claro, pero corregirlos demanda proactividad, capacidades y solvencia. Nunca irresponsabilidad, improvisación y oportunismo. Esto complica el funcionamiento del sistema jurídico, de la regulación y, finalmente, como lo decíamos, de todo.

Recuerda en un pasaje a Arthur Pigou, que planteaba un intervencionismo limitado, pero eficiente para la realización óptima de las economías de mercado. La presencia, pues, de un regulador eficaz es fundamental.

Pero ese regulador debe mantenerse al margen de intereses particulares y ser idóneo. Las instituciones deben preservar tal cualidad, con los mejores. ¿Será alguna vez posible? ¿Meta muy alta?

Hoy mismo se discute en el país la crisis de la seguridad social. La Mesa de Estudios de la Seguridad Social (MESS) reveló el 16 de mayo último ciertos detalles de lo que no debió hacerse jamás y reiteró la necesidad de una recomposición total del IESS/Biess y del sistema, reflejo de la peor gestión económico-financiera y social de una entidad en estos años. Nada ha sido sostenible y, su costo, extremadamente alto y ojalá no irreparable.

Ya es hora de poner fin a la improvisación y a la incapacidad, que han sido la norma. A la ausencia de solidaridad real con los más vulnerables. A la corrupción. Alguien debe dar cuenta de lo hecho, que ha desafiado la actitud de profesionales honorables con los que este país sí cuenta, incluso en esos hospitales subutilizados y en “ministerios” relacionados que nada aportan, salvo las peores vanidades.

Esto debe, presidente Moreno, terminar ya. Es nuestro derecho. Por todo.(O)