La Editorial Ateneo ha publicado una segunda versión (diciembre de 2018) del libro de Sergio Berensztein y Marcos Buscaglia, Por qué fracasan todos los gobiernos, Propuestas para frenar un círculo vicioso (Ateneo, Buenos Aires, 2018). El libro analiza la realidad argentina, pero es, nos parece, una referencia general.

Los autores lo presentaron originalmente bajo el título  Los beneficios de la libertad, en 2016, cuando al parecer se abría una etapa diferente en ese país. Gran paradoja, dos años después se presentarían nuevos problemas. Incomprensible, diríamos, para un país con enormes recursos y rica cultura.

Como antecedente, en un trabajo de enfoque parecido, Daron Acemoglu y James A. Robinson, Por qué fracasan los países (Crown Publishing Group, Cambridge, 2012), se estudian las causas de los reveses y éxitos de los países en la historia.

Lo importante: concluye ese trabajo que “países exitosos son aquellos que crean riqueza de manera sostenida y estable reduciendo sus niveles de pobreza”. Los otros, los que fracasan, no logran ninguno de esos objetivos, establemente. Esto no se debe ni a cuestiones geográficas, como recursos y clima, ni a cuestiones culturales, sino al tipo de marco institucional (en sentido amplio) que han establecido en las esferas política, económica y de vigencia de las libertades.

Divide las instituciones en dos grandes grupos. Por un lado, las extractivas (aquellas que se apropian de recursos de la población en beneficio del poder político de turno y de sus “seguidores”); y, las inclusivas (que protegen las libertades y la propiedad de los individuos).

Bajo estas últimas, el poder no se concentra en manos de la dirigencia política y se ofrecen los incentivos para crear y acumular riqueza, sin que esto signifique –lo decimos nosotros– ausencia de regulación.

Los países que pierden son los que se encuentran regidos por instituciones extractivas. Los exitosos, los que logran (después de procesos largos pero consistentes) imponer las inclusivas, asunto que depende, además, de la visión política –en un estadio superior– de la clase dirigente y de quienes pueden impulsar movimientos en esa dirección.

Hay siempre aquellos que “propician” lo contrario: van a paso acelerado hacia instituciones extractivas. Lo hacen en beneficio propio y de sus seguidores. En el Ecuador esta ha sido una evidencia. En la Argentina, la época Kirchner habría seguido similar dirección.

El libro que hoy comentamos refiere que si bien las restricciones políticas y sociales en la Argentina son innegables, el Gobierno actual habría mostrado un discurso no necesariamente destinado a favorecer el cambio institucional en torno a instituciones inclusivas. Anota que nunca difundió un plan económico integrado –solo se conoció el previsto con el FMI–, lo que coincide con lo sucedido en Ecuador. Tener objetivos no equivale a contar con un plan económico ni con el detalle de cómo obtenerlos.

Así, a pesar de las enormes expectativas que generó Macri, hay riesgos de “… un nuevo fracaso, [lo que] abre la oportunidad para [revisar] los mecanismos que explican la nueva [probable] frustración y confirmar que son los mismos que llevaron a la ya larga decadencia”.

Berensztein y Buscaglia no se limitan, sin embargo, a describir dichos mecanismos; sugieren propuestas para modificarlos. Cambio institucional (nuevamente, en sentido amplio), político y de control y rendición permanente de cuentas. Reiteran que en los países en desarrollo se debe sostener el crecimiento económico y poner en práctica políticas y regulaciones que impidan que las desigualdades lleguen a niveles incompatibles con una sociedad democrática.

Mayor eficiencia, productividad, competitividad; desarrollo tecnológico; equilibrios macroeconómicos; inserción externa; regulación y objetivos país; mejor equidad; acciones anticorrupción; justicia plena, son –diríamos nosotros– las bases para el logro de resultados positivos.

El clientelismo es una práctica que debe abandonarse. Es típica de sociedades mediocres, no de aquellas de horizontes superiores. Su principal problema –señalan los autores– es que los políticos pierden la obligación de rendir cuentas frente a los votantes.

Insisten en que “si [los ciudadanos] no expresan sus preferencias políticas en las elecciones, sino que eligen ‘instrumentalmente’ para recibir beneficios de corto plazo, ¿qué incentivos tienen los gobernantes para implementar políticas efectivas y para responder a las necesidades de la ciudadanía? Ninguno”.

En democracias bajo incertidumbre, el juego político es más difícil y prevalecen intereses de cualquier tipo. Las próximas elecciones seccionales en Ecuador coinciden con este análisis, por sus características.

Se cuestiona asimismo la mala calidad de las políticas públicas en la Argentina (¿y en Ecuador?). El Banco Mundial anunció –dicen– un panorama desalentador hace años. El rendimiento en control de corrupción, estabilidad política, ausencia de violencia, efectividad gubernamental e imperio de la ley es pobre. La calidad regulatoria continúa siendo muy débil y la rendición de cuentas limitada.

Todos estos mecanismos perversos interactúan y se potencian entre ellos. “Los desbalances de poder que existen en nuestro sistema político –o anotan– producen un crecimiento alarmante del empleo público; corrupción en la obra pública; aprobación a granel de leyes sin debate alguno; legisladores que responden a gobernadores sumisos económicamente al poder central; fuertes ataques a la justicia; evidencias groseras de clientelismo y fraude”.

El libro plantea que los esfuerzos de reforma de los próximos años deben tener un norte, un objetivo de máxima que guíe las iniciativas en todo momento. Hay que diferenciar entre objetivos, instituciones, instrumentos y estrategias. Evitar la improvisación y el autoritarismo.

Cabe favorecer alianzas que dejen de lado los intereses de grupo: esto tiene que hacerse alguna vez. Hay ejemplos en la región y el mundo. La proactividad del sector público es esencial. Los filtros de calidad igualmente. El diálogo serio y constructivo. No más el autoengaño y el discurso falso.

En suma, buscar siempre metas altas. Y, sobre todo, actuar. Y exigir. Lo público debe estar dirigido por equipos capaces. Con visión de futuro. El mando debe ser, como lo decía Ortega y Gasset, un anexo de la ejemplaridad. ¿Es así? (O)

 

En democracias bajo incertidumbre, el juego político es más difícil y prevalecen intereses de cualquier tipo. Las próximas elecciones seccionales en Ecuador coinciden con este análisis, por sus características.