“En la undécima hora del undécimo día del undécimo mes se sintió el silencio de las armas”. Así, hace 100 años, el 11 de noviembre de 1918 tras cuatro largos años, millones de muertes después y con el primer genocidio de la historia en curso, la Primera Guerra Mundial llegaba a su fin.
El Viejo Continente no había tenido conflictos de gran relevancia desde 1870, pero había acumulado muchas tensiones entre los seis imperios dominantes. Se trataba de una guerra inevitable a ojo de los Estados mayores de los aliados y de las potencias centrales. Muy convencidos se dirigieron hacia el peor conflicto militar que habría conocido la humanidad, errando en todos sus cálculos, para desgracia de todos. Las calamidades que estaban por venir eran de una atrocidad jamás antes pensada, que serían negadas por los Estados hasta después del final de la guerra.
Las potencias centrales conformadas por el Imperio austro-húngaro, Alemania, el Imperio otomano y Bulgaria se oponían a los Aliados, que estaban integrados por Serbia, el Imperio ruso, Francia, el Imperio británico y el Reino de Italia.
Las condiciones de batalla de la Primera Guerra Mundial eran tales que la propaganda de todos los Estados era ilimitada. La mortalidad en las trincheras era elevada, con una vida insalubre y llena de enfermedades. Una pequeña franja de tierra separaba a los ejércitos enemigos, la conocida “tierra de nadie”. A cada lado los bombardeos incesantes, los francotiradores y el gas mostaza aniquilaban a los soldados antes de que pudieran salir de sus trincheras. Quien se atrevía a salir de la trinchera para atacar al enemigo era fácilmente abatido, pero quien no lo hacía era fusilado por un tribunal militar. En cuatro años de guerra 8,5 millones de soldados perdieron la vida, mientras que 21 millones de personas resultaron heridas; muchos de estos fueron mutilados, de manera que se pusieron en duda los valores de las sociedades europeas al momento de justificar la guerra.
Nadie sabía cuál sería el desenlace de la Gran Guerra hasta que los estadounidenses se decidieron a apoyar al bando de los Aliados en 1917. En 1918 las Potencias Centrales comenzaron a perder toda la ventaja que habían tenido al inicio de la guerra.
En París, sobre la Tumba del Soldado Desconocido se congregan anualmente los líderes mundiales para conmemorar a los héroes que dieron la vida en este conflicto. Esta fue una guerra amarga, pero cuya lección no fue aprendida con suficiente celeridad para evitar que en 1939 se reanudara la guerra. En 1945 el armisticio fue definitivo en Europa, plantó en ella el germen de la libertad y desarrollo, que terminaría llamándose Unión Europea. El dolor de las generaciones pasadas en Europa es el espejo en el que debemos mirarnos cuando defendemos la libertad de nuestras sociedades. Hoy entendemos que nunca debemos aceptar una guerra entre naciones hermanas, que nunca debemos aceptar el uso de armas químicas, que nunca debemos aceptar que un gobierno deje de velar por el interés general. Demasiadas sociedades se sacrificaron en este periodo como para que no aprendamos la lección. (O)