Martha Fabiola Rizzo González

Invertir en el empoderamiento económico de las mujeres contribuye directamente a la igualdad de género, la erradicación de la pobreza, fomento de una cultura de no violencia y el crecimiento económico inclusivo. Se ha demostrado que las mujeres aportan de manera significativa a las economías, ya sea en empresas, en el campo, como emprendedoras o en el trabajo de cuidados no remunerado.

Hoy en día las mujeres y las niñas siguen sufriendo de forma desproporcionada la pobreza, la discriminación, la violencia y la explotación. La discriminación de género implica que a menudo las mujeres acaban desempeñando trabajos no seguros, mal pagados, muchas veces acostumbrándose a realizar favores de todo tipo que atentan contra su dignidad y valores. La discriminación también reduce el acceso a bienes económicos limitando su participación en el diseño de políticas sociales y económicas.

Mientras, la cultura machista justifica que el grueso de las tareas domésticas recaiga en las mujeres, por lo que suelen tener poco tiempo libre para aprovechar oportunidades económicas, o lo que es peor deben soportar constantemente maltratos físicos y espirituales.

Considero que el empoderamiento económico de las mujeres debería ser un tema central en las políticas sociales de los países, de las ciudades y de las comunidades. Este concepto no se limita solo al acceso a ingresos propios de las mujeres, sino también al control del uso de esos recursos, a la capacidad de elegir y tomar decisiones en procesos en los que las personas toman conciencia de sus derechos, capacidades e intereses.

Es cada vez más indiscutible que la reducción de la inequidad de género y la mejora de la situación de la mujer contribuyen a tasas más altas de crecimiento económico y una mayor estabilidad macroeconómica, como ha sido comprobado en múltiples estudios de organismos internacionales. Sin embargo, en Ecuador, los datos disponibles en la actualidad muestran que existe una brecha de inequidad de género a nivel salarial, político, social, cultural. Así también que las mujeres están infrarrepresentadas y existe información creciente sobre casos de acoso laboral y violencia que no se denuncian, más bien las mujeres tienden a callar y aceptar por mantener sus puestos de trabajo.

Promover un cambio transformador en este contexto no es solo una cuestión de derechos humanos de las mujeres, sino también una decisión corporativa inteligente, una contribución al desarrollo económico sostenible, que va a fomentar una cultura de no violencia, independencia económica y empoderamiento cultural, social y político. De ahí la necesidad de que las instituciones, organizaciones y empresas pasen del compromiso a la acción y adopten medidas y políticas decisivas, visibles, cuantificables y medibles, específicamente dirigidas al logro de este objetivo.

Al asumir el empoderamiento de las mujeres como parte integral de la sostenibilidad en los países, ciudades y comunidades, las mujeres estaremos en mejor posición para garantizar la igualdad de oportunidades, las condiciones propicias y el entorno conducente para que desarrollemos todo el potencial como agentes económicos y productivos, como la oportunidad a las futuras generaciones de mejoras en su calidad de vida, dignidad y seguridad personal. (O)