La peor herencia del socialismo del siglo XXI no es la deuda, ni la corrupción de dimensiones galácticas, ni el despilfarro de montañas de dinero. Su más perverso legado es haber corrompido el espíritu de las naciones transformándolas en mendigas. Se las acostumbró a vivir de dádivas, a veces costosas aunque siempre inútiles, que ahora son consideradas “derechos” difíciles de revertir. Se ha intentado desactivar esas trampas sociales de varias maneras, pero pocas han funcionado. Ahora que tenemos un equipo gubernamental interesado en enderezar el país, sería bueno volver los ojos hacia un gobierno que lo ha intentado y no lo está logrando porque sigue un camino equivocado. Hablamos del régimen de Mauricio Macri en Argentina y su vía gradualista para reducir el aparato estatal, el déficit presupuestario y la deuda del fisco. Es como un “antiespejo”, en el que lo que vemos es lo que no debemos ser.

El gradualismo en sí mismo es contradictorio con el sentido común y con la psicología elemental. Nadie se deja quitar pasivamente un derecho, legítimo o supuesto, poco a poco, sino que reacciona al primer mordisco. Es una pésima receta económica, ya lo señalan todos los economistas, pero también es una pésima herramienta política, cuyos resultados en todas partes han sido paupérrimos. Las políticas de Macri no han logrado bajar la inflación ni reactivar la economía y, sin embargo, han despertado rabiosas reacciones de una población acostumbrada a limosnas por ochenta años. La llamada de auxilio al Fondo Monetario Internacional ha sido muy mal recibida, pues ese organismo tiene en todo el continente una ominosa fama irreversible. No en vano en la última década el FMI ha sido presidido por dos prominentes socialistas franceses, pero la propaganda izquierdista ha convencido a los latinoamericanos de que se trata de una especie de policía económico manejado por las más perversas transnacionales... americanas por supuesto. En realidad el Fondo es el nido del más rancio keynesianismo. Al populismo argentino, monstruo engordado en ocho décadas, encabezado por la grotesca señora Kirchner, el gradualismo le da pretexto permanente para agitar violentamente la cola.

No es sensato esperar que el dinosaurio muera desangrado si le pinchamos con alfileres y, además, creer que no va a defenderse. No es el primer gobernante argentino que intenta esta vía muerta, ¿por qué se persiste en ella? La inflación, el impuesto más regresivo y cruel, continúa siendo el recurso elegido para dizque impulsar el crecimiento. El gasto público como porcentaje del PIB no se ha reducido. Estas no son recetas “neoliberales” ni “capitalistas”, es populismo blando, a la corta tan perjudicial como el duro. Argentina, comparada con Ecuador, tiene dos factores negativos: una burocracia sindical tan poderosa como corrupta e irresponsable; y otra, el hecho de que, a todo nivel, cualquier intento de sanear definitivamente el caos monetario, con medidas como puede ser la dolarización, es anatema para la mayoría de la población a raíz del fracaso de la convertibilidad a principios de siglo. El antiespejo, el antiejemplo, está ante nuestros ojos, desgraciados si no queremos verlo. (O)