Un hecho como el secuestro de los periodistas del diario El Comercio es algo casi desconocido en nuestro medio. El recuerdo de ese tipo de acciones resulta borroso y la condena de la sociedad es generalizada. Las muestras de solidaridad con la situación de los secuestrados además de constituir manifestaciones de empatía, son también expresiones de una sociedad que no está acostumbrada a convivir con estos actos de barbarie y no quiere acostumbrarse a tomarlos como algo cotidiano. En medio del dolor, es gratificante que así sea, porque la indiferencia que se generaliza cuando estos hechos se vuelven cotidianos es uno de los peores venenos sociales.

Pero esos sentimientos no deben ser una razón para dejar de lado el análisis y, sobre todo, la búsqueda de las causas de este y otros hechos sucedidos en las últimas semanas. Mucho se ha insistido en que guardan estrecha relación con el fin del conflicto colombiano a partir de la firma de la paz. Eso es verdad, pero solo lo es a medias. Ciertamente, hay pruebas –incluso por propia confesión– de la actuación de grupos disidentes de las FARC. Pero, saber eso no proporciona una explicación sobre los motivos que llevaron a esas bandas a actuar en territorio ecuatoriano para realizar actos terroristas y secuestros que más bien van en contra de sus propios intereses. Si solo se tratara de narcotraficantes que buscan nuevas plazas de asentamiento y nuevas rutas, lo que menos les convendría es hacerse notar de esa manera. El silencio, la oscuridad, el perfil bajo constituyen el medio ambiente más apropiado para su establecimiento y su desarrollo. Su violenta presentación pública debe tener otros motivos, que podrían no estar en el otro lado de la frontera.

Una hipótesis probable es que la acción de esos grupos en nuestro país no sería algo nuevo. Podrían ser mafias que ya se encontraban haciendo buenos negocios acá y que para ello habrían contado con autoridades y organismos que miraran para otro lado. Desde hace mucho tiempo hay rumores sobre la penetración del narcotráfico en altas esferas. Pero, a pesar del constante clamor de personas como Pancho Huerta (que sabe de lo que habla porque dirigió la comisión sobre Angostura), nunca hubo el interés por investigarlos. El hecho hipotético es que esos grupos habrían contado con la complicidad y la participación de altos personajes que, obligados a salir de la escena, perdieron la capacidad de darles protección y pusieron en riesgo el negocio. Ya sea por esa pérdida de contactos en los más altos niveles o por la ruptura de los acuerdos que les permitían actuar con mucha libertad y sin necesidad de recurrir a la violencia, ahora deben enviar el mensaje terrorista. Es un mensaje que no está dirigido al Gobierno, a las Fuerzas Armadas ni a los organismos de seguridad, ya que con eso más bien los ponen en alerta y les obligan a ir a un enfrentamiento directo que no conviene a sus intereses. Hay que buscar al receptor para poder desenredar el ovillo.

(O)