Macomen es un carpintero que tras sufrir una fractura en el fémur de su pierna izquierda fue operado en un hospital militar. Allí le colocaron un implante metálico con el que tendría que vivir el resto de su vida. El miserable sueldo que ganaba no era suficiente para pagar la siguiente operación que necesitaba para retirarlo, ya que solo la practican en hospitales privados en su país. “Tendría que ahorrar todo lo que gano durante muchos años para lograrlo”.
Las semanas de reposo en la cama del hospital le ayudaron a unir nuevamente el hueso más largo de su cuerpo, pero no lograron regenerar su esperanza. Su alma se mantiene fracturada. Fue allí donde, postrado, pensativo y tras visualizar su incierto futuro, decidió abandonar el país y solicitar asilo para él y su familia, muy lejos de la tierra en la que creció.
Laila tiene 28 años. En junio del 2017 se casó y un mes después huyó del país para pedir asilo en un lugar en el que nunca había estado. Su esposo aún no ha podido alcanzarla, por lo que de los nueve meses que llevan casados, solo han pasado juntos uno.
Carlos también se fue del país. Luego de seis meses separados, logró alcanzar a su esposa embarazada y a su hija de 5 años, quienes habían salido un poco más apresuradas del país. Él necesitó más tiempo para poner en orden las cosas. Cinco meses después de la reunificación familiar, la niña había comenzado a dominar el idioma hasta corregir la pronunciación de Carlos. Sin embargo, aún le preguntaba a diario: “Papá ¿cuándo vamos a regresar a casa?”.
Macomen es eritreo. Laila es siria. Carlos, venezolano. Los dos primeros están refugiados en Alemania. El tercero en Estados Unidos.
Según una encuesta realizada por las principales universidades del país a finales del 2017, el 87% de los venezolanos eran pobres. La mitad de ellos “nuevos pobres”, es decir, clases medias que vieron cómo sus vidas se deterioraban en los últimos 3 años hasta llevarlos a la miseria.
Según algunas proyecciones, la crisis venezolana de refugiados durante el 2018 podría profundizarse hasta exceder la de Siria.
Las estadísticas del número de personas que han huido de Eritrea son confusas. Parece haber una diferencia grande entre los que se van de sus hogares y los que llegan a “alguna parte”. En el medio todo tipo de actividades criminales operan, incluida la trata de personas. Por su parte, se estima que más de 5 millones de sirios han migrado desde el inicio de la guerra. De ellos, 600.000 han pedido refugio en Alemania.
Según el informe Tendencias Migratorias Nacionales en América del Sur, de la Organización de Naciones Unidas para la Migración, más de 924 mil venezolanos han huido del país entre 2015 y 2017. De ellos, el 86% ha emigrado a países sudamericanos. Colombia encabeza la lista tras recibir más de 550 mil desplazados. Le siguen Chile con más de 110 mil, Argentina más de 40 mil, Brasil 31 mil y Ecuador con poco más de 30 mil.
La crisis económica es la principal causa detrás de la dramática ola migratoria venezolana. Según una encuesta realizada por las principales universidades del país a finales del 2017, el 87% de los venezolanos eran pobres. La mitad de ellos “nuevos pobres”, es decir, clases medias que vieron cómo sus vidas se deterioraban en los últimos 3 años hasta llevarlos a la miseria. Pero la presión hiperinflacionaria podría hacer caer en obsolescencia muy rápidamente esas cifras. La situación se deteriora cada día más.
La encuesta también revela que pocos se van a estudiar o a buscar un sitio más seguro. El principal objetivo de la migración es conseguir un trabajo. Pero no cualquier trabajo. Uno que le permita retomar sus sueños de vivir y dar a sus hijos una vida digna.
(O)