Al menos que hayamos vivido los últimos años en otro planeta, probablemente nos hemos dado cuenta de que nuestro planeta Tierra se encuentra en estado de emergencia. También es posible que con lo ocupados que estamos, o el ritmo de vida actual, no hayamos encontrado la manera de intervenir o incluso de notarlo. Hace algunos años la palabra cambio climático era un tema muy marginal. De vez en cuando, podía captar nuestra atención una campaña bien publicitada para salvar algún rincón de nuestro planeta o un animal en peligro de extinción. La naturaleza parecía tan resistente; el planeta, tan grande; y los avances tecnológicos, tan impresionantes, que resultaba inconcebible pensar que nuestro descuidado estilo de vida pudiera afectar el curso de la humanidad.
Hoy todo ha cambiado muy deprisa. Los medios de comunicación nos informan a diario sobre inundaciones, tormentas, ciclones, deshielo de los glaciares, desplazamientos de la tierra, sequías prolongadas, refugiados como consecuencia del cambio climático, etc. Las pruebas a lo largo y ancho del mundo demuestran que el desarrollo desorganizado, el crecimiento abrupto del consumismo de los países desarrollados, y de los que aún están en vía de desarrollo, lo están dañando irreversiblemente, desbaratando sus sistemas de mantenimiento y acabando con la cadena de las especies con las que coexistimos. Estos ya no son problemas que deberán solucionar nuestros hijos o nietos, están pasando ahora mismo y rápidamente. Las próximas décadas marcarán inevitablemente una especie de “holocausto natural”, y cuando lleguemos a ese punto será muy tarde, pues nada de lo que hagamos podrá evitar los cambios que la misma naturaleza habrá activado para defenderse de su principal depredador, el ser humano. La última oportunidad que tenemos son las elecciones que hacemos cada día sobre lo que comemos, lo que compramos, lo que vestimos, la forma como lavamos la ropa, y hasta cómo vamos al trabajo. Desde ser vegetariano una vez por semana, utilizar productos biodegradables o hechos en casa como vinagre y bicarbonato, utilizar bicicleta o caminar distancias cortas, son opciones rápidas y prácticas con las que podemos contribuir a ese cambio positivo.
El cambio necesariamente tiene que llegar por dos vías. La primera, por el habitante común, y la segunda, por parte de nuestros gobiernos. En una de las conferencias sobre cambio climático se recordó a los líderes mundiales que sus mandatos eran temporales pero nuestro planeta es eterno. El informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) concluyó que aún es posible limitar el cambio climático si se adoptan medidas inmediatas. La adopción de medidas y políticas ambientales conllevará gastos, pero actuar ahora será mucho menos costoso que hacerlo en los próximos años. Por parte de los ciudadanos, son los cambios sencillos que podemos introducir en nuestro diario vivir lo que nos permitirá salvar lo que aún nos queda. No hace falta ser un fanático del tema para marcar una diferencia, hay tantas formas de cuidar nuestra Tierra que hasta el más egoísta podrá encontrar la suya. Son muchos los beneficios que podremos encontrar en el camino: ahorros en lo económico, mejoras en nuestra salud y cambios de actitud que de alguna manera ayudarán a llenar nuestra satisfacción personal y por ende mejorar nuestra calidad de vida. No existe una receta única para vivir en armonía con nuestro planeta Tierra, pero está claro que hay miles de acciones positivas con las que podemos contribuir para lograrlo. ¡Al menos mientras no haya otro planeta donde podamos mudarnos! (O)