Hace más de seis meses la autoridad municipal decidió cerrar el parque del Centenario de Guayaquil, manteniendo solo una puerta de acceso por los frecuentes robos especialmente de cables eléctricos, la permanencia de sujetos que fumaban hierbas prohibidas, y también al parecer por el estropeo de las instalaciones por parte de usuarios.

Esta decisión (o para mí, “castigo”) en realidad fue progresiva. Primero con la restricción de los horarios de apertura, antes se mantenía abierto el parque desde las 06:00 hasta las 21:00. Luego la restricción fue mayor, se lo abría a las 08:00 y cerraba a las 18:30, disminuyendo también la iluminación. Todo ello hasta la adopción de la medida mayor.

Debo reconocer que los ciudadanos no hemos sido cuidadosos en la manutención del parque del Centenario –realmente de ningún parque–. Tampoco hemos vigilado que no existan sustracciones de los cables eléctricos, tarea difícil por la concurrencia de guardianes. Hemos dado de comer indebidamente a los animales del parque, lo habíamos convertido en lugar de reunión de pastores, profetas, actores callejeros, y otras actividades prohibidas que tienen que ver con la asociación para generar tumultos sociales. Pero lo que es peor, no nos deteníamos para admirar en detalle la magnificencia de la Columna a los Próceres de Octubre, símbolo de la ciudad; la belleza de las esculturas y las hermosas fuentes permanentemente sin aguas. Todo pudo ser interpretado por la autoridad, como una falta de respeto al patrimonio cultural de Guayaquil. Las circunstancias del caso lo ameritan, se ha sentado suficiente escarmiento, lo justificaron.

El parque del Centenario no solamente es el más emblemático de Guayaquil, sino que sirve de conexión a las secciones este y oeste de la avenida 9 de Octubre, que es también la más importante, emblemática, de la ciudad; cerrarlo no solo que coarta el disfrute de los turistas y ciudadanos y entorpece la movilidad peatonal, sino que expone a los mayores (tercera edad) a vicisitudes, dado que tenemos que caminar bordeando por fuera el parque para continuar por la avenida principal.

Ha transcurrido bastante tiempo desde la instauración de la medida (para mí, “sanción”, “castigo” impuesto); resulta ya excesiva, realmente lo fue. Los infractores somos todos los ciudadanos. Mediante un acto de generosidad suprema, y por razones humanitarias, pedimos que condonen la medida impuesta.

Solicito al señor alcalde de Guayaquil que con ocasión de las fiestas de fin de año abra, ilumine el parque del Centenario permitiendo que la luz de la antorcha de la columna nos vuelva a iluminar como antes.(O)

Jorge Ronald Game Intriago, Guayaquil