Dante Alighieri en su poema la Divina comedia, obra maestra de la literatura universal, divide al infierno en círculos donde los condenados son castigados de acuerdo a la gravedad de sus pecados. El noveno de los círculos es asignado a los traidores considerados por Dante como los peores pecadores, aquellos que han traicionado a la familia, a la patria o a Dios.
Engañar a quienes nos brindan su confianza y afecto es, efectivamente, la peor traición. Casi imperdonable, porque mella profundamente el interior del traicionado. El desasosiego y la impotencia destruyen la confianza en el otro. Nos vuelven más duros, incrédulos y herméticos. El dejar de creer en la humanidad es lo más desolador.
En el ámbito político, la traición abarca a masas. Aquellas masas que creyendo en las promesas y ofertas de tiempos mejores entrega la confianza con una fe muchas veces ciega e irracional.
En nuestro país actualmente reina un sentimiento de traición. Muchos que hace diez años depositaron confianza y esperanzas de un nuevo país se sienten traicionados. Los sueños de un país con menos corrupción, menos componendas y amarres politiqueros, con una justicia más “justa” e instituciones y poderes independientes donde la libertad, la tolerancia, armonía y unión podrían encaminarnos a nuevos tiempos, se han desvanecido dejando una estela de desesperanza e impotencia.
Una joven y querida amiga, de origen humilde, cabizbaja y con una mueca de tristeza me dijo hace poco: “Yo lo creí”. Al igual que ella, muchos lo hicieron, depositaron su confianza y fueron nuevamente traicionados. ¿Cómo se puede traicionar tanto? ¿No existe acaso en algún recóndito espacio de la conciencia de quienes prometieron abanderar el rescate del país un último resquicio que permita entrar la luz de la cordura y la decencia? No se puede traicionar a un país y a los principios fundamentales de la moral vanagloriándose con una ofensiva y cínica omnipotencia. Pero lo saben, están conscientes de que una gran mayoría está hastiada y decepcionada y por ello, turbados por el poder, continúan entretejiendo argucias para acallar la voz de aquellos que exigen cambios, traicionando así, una vez más, sus compromisos y promesas, traicionando sobre todo el compromiso de respetar la soberanía y autoridad del pueblo.
En el infierno de Dante, los traidores están congelados en un lago de hielo a profundidades dependiendo del grado de su traición. Aquellos traidores de la patria están sumergidos con la cara hacia arriba y el hielo cubriéndoles la mitad de la cabeza, divisándose solo los ojos y la frente. Castigo merecido para aquellos que pecaron no solo contra la presente generación, sino contra las generaciones futuras. Confiemos en que más temprano que tarde llegará el momento en que nuestra patria y sus ciudadanos juzgarán con la severidad que se merece el haber desperdiciado una de las más grandes oportunidades de este país de surcar las vías del desarrollo social tan ansiado.
Pero la esperanza debe reinar y la lucha continuar. En su camino, Dante encuentra más allá de las sombras del infierno las luces del paraíso, donde reinan prudencia, justicia, templanza y coraje con sabios iluminando el mundo intelectualmente. Dios bendiga nuestro país. (O)