Tuve la suerte de tener entre mis amigos a sacerdotes admirables, aunque a veces polémicos: Pepe Gómez Izquierdo, Federico Gagliardo, Ignacio Ruedas, Fernando Amores, Alberto Luna Tobar. Tenían en común aquella transparencia, virtud que tanto admiro en los seres humanos. Recuerdo tardes enteras con Pepe Gómez, guardo de él un preciado obsequio, compendio de lo que escribieron acerca de Dios los más importantes filósofos. Aquellos sacerdotes sabían que yo no albergaba ninguna creencia religiosa, pero había un mutuo respeto, sabíamos escuchar sin jamás intentar imponer nuestras propias convicciones. Cuando Federico Gagliardo me pidió ser organista en sus misas dominicales, me sorprendió mucho, mas acepté sin que fuera problema, así durante unos cuantos meses acompañé las voces de los feligreses. Cuando viví en Marruecos vestí como los árabes, acompañé en diversas ocasiones a unos amigos para compartir rezos en la mezquita. Toda fe para mí es respetable, Donald Trump debería saber que existen almas muy hermosas entre los discípulos de Mahoma en vez de poner en el mismo saco a yihadistas y musulmanes, impidiendo incluso que vuelvan a estudiar valiosos alumnos iraníes en universidades norteamericanas.

Conocí a Alberto Luna Tobar cuando me tocó laborar en obras sociales, visitando la cárcel de mujeres en Cuenca. Un buen día, cuando tocaba la puerta, él abrió: nunca olvidaré la mirada transparente de aquellos ojos claros. Nuestro abrazo fue como si nos hubiésemos conocido desde siempre. Tomé la costumbre de visitarlo, luego me tocó entrevistarlo para la televisión. Nuestro diálogo fue inolvidable porque pude hacerle preguntas íntimas sin que se ofuscase en lo mínimo. Así cuando pregunté: “Alberto, ¿ha sido usted fiel a su voto de castidad?”, me miró con sus ojos maravillosamente claros, contestó: “No, Bernard. Creo que en la vida de un sacerdote hace falta de repente la ternura de una mujer”. Para mí esta franqueza resultó ser inesperada, me impactó mucho, creció mi admiración hacia él. Me contó que en su juventud había sido ocasionalmente torero, intercambiamos opiniones acerca de las supuestas apariciones de la Virgen en El Cajas. Visité a Patricia Talbot, conversé con ella con el máximo respeto. Tengo como norma tratar de defender la causa de los idealistas. Por eso mismo tomé públicamente la defensa de Juan Cuvi cuando supe que en la cárcel maltrataban a los integrantes de Alfaro Vive ¡Carajo! Sigo pensando que una verdad no es absoluta por la sencilla razón de que alguien esté dispuesto a morir por ella. Buscar aquella verdad es mi eterna inquietud, la que me llevó a preguntar a León Febres-Cordero en una candente entrevista: “¿Usted mandó a matar a Nahim Isaías y a los hermanos Restrepo?”. León absolvió la pregunta, aunque se le cayó el cigarrillo de la boca, nos guardamos un mutuo afecto y respeto. Lo fui a visitar un día antes de que falleciera, aprecié que lo haya hecho Frank Vargas. La verdadera nobleza no sabe de terco resentimiento.

Alberto Luna Tobar me mostró una transparencia que me permitió poner a un lado por algún tiempo los imperdonables desastres causados por sacerdotes pedófilos. (O)