El Gobierno ha mostrado una ineptitud rampante en muchos ámbitos; la seguridad social y el servicio de salud pública, por ejemplo, son una buena muestra de lo mal que puede actuar la estructura gubernamental y el precario estado de los servicios públicos en el país. En lo que ha sido enormemente eficiente, y en eso debemos darle todo nuestro crédito, es en su manejo de propaganda e imagen. Su capacidad para desviar la atención de los asuntos sustanciales, haciendo de lo accidental y superfluo el tema de discusión, es proverbial. Hay que reconocer que teniendo como colaboradores a personajes especialmente pintorescos, no es difícil desviar el debate hacia las formas y olvidar que es el fondo lo importante.

Parte de la estrategia de comunicación es, sin duda alguna, la capacidad de mentir y deformar la verdad que tiene su maquinaria propagandística. No importa que los encuentren con los billetes escondidos hasta en los techos de sus casas, ellos tratan de aparecer como los que denuncian los casos de corrupción. Después de hacerles homenajes, calificarlos de patriotas y meter las manos al fuego por ellos, no tienen problema de negar a sus amigos o al menos declararlos traidores a los “ideales de la revolución”, como si tal cosa existiera. Por cierto, las manos ardientes siguen intactas. Su lógica utilitaria hace que usen como fusibles a los amiguetes de turno, a aquellos pobres seres que prestan sus nombres para actos de corrupción, de la cual son marginalmente beneficiarios, pues como siempre sucede, mientras más arriba, mayor es la tajada del pastel.

La lógica es una asignatura pendiente para la revolución, a la hora de razonar sobre temas de corrupción. Odebrecht reconoce haber recibido ganancias en Ecuador por 116 millones de dólares y haber entregado 33,5 millones en sobornos a funcionarios públicos, lo que significa que de cada 100 dólares que ganó la compañía brasilera con fondos públicos, más de 29 dólares terminaron en bolsillos de los burócratas del más alto nivel. Pero para la lógica revolucionaria, esto no habría afectado el valor de los contratos, como sin que se le mueva un pelo de los 3 que le quedan en la frente, nos explicó el presidente Correa. Para él, los empresarios son seres altruistas, que pagan coimas sin cargar las mismas al valor final del contrato. Una especie de papanoeles criollos, que respetuosos del dinero público, entregan de sus reservas personales sus contribuciones, para que los pobres funcionarios públicos puedan comprar sus casitas, autitos, yatecitos y alguno hubo que adquirió hasta un modesto helicóptero. Nada extraordinario por cierto, pues ¿qué es un avioncito privado o una modesta mansión en la Florida, frente a la Década Ganada o al Vamos por Más?

La misma “lógica” aplican cuando se trata de atribuir responsabilidades en los casos de corrupción. Los funcionarios de tercer y cuarto nivel hacen sus chanchullos entre ellos, sin que los mandos superiores conozcan y, menos aún, participen en el reparto. Secretarias y conserjes son los gestores de coimas y sobreprecios. Los jefes están pensando en cómo hacer de este un mejor país y en cómo llenarnos de orgullo cada tanto, es que ellos están más allá del bien y del mal, de las tentaciones propias de mortales y seres inferiores. “Cayó en la tentación” dicen, cuando ya no pueden ocultar que uno de los de la gallada está con las cuentas llenas de dólares depositados y transferidos por contratistas de las entidades públicas que manejan. “Traidor” le llaman, cuando esquemas que no controlan, muestran cómo se festinan los fondos del Estado, mientras hacen fiestas, matrimonios con cientos de invitados y graban sus nombres en botellas de whisky de lujo, que luego reparten entre sus agradecidos comensales. Es que la lógica y el buen gusto van de la mano en los ambientes revolucionarios. Ese estilacho new money, tan propio de quien acaba de enriquecerse de la noche a la mañana y sin haber trabajado para ello. Ya no importa guardar las formas, hay que exhibirse haciendo shopping en los centros comerciales más exclusivos; que la bolsa diga Bal Harbour o Armani, porque hay que demostrar a los muchos amigos y parientes pobres que son una historia de éxito y superación.

¿Se habría conocido el caso de Refinería de Esmeraldas sin los Panama Papers? ¿O las coimas entregadas por la compañía Odebrecht, sin la intervención de la justicia estadounidense? Por lo pronto, de este último caso, el único encarcelado es un amigo del alcalde Rodas, acusado de actuar como asesor sin nombramiento y tener cuantiosos depósitos en sus cuentas. ¡Qué carajo tiene eso que ver con el tema Odebrecht?, preguntarán mis queridos lectores. Y yo les responderé, tratando de poner la misma cara que puso el fiscal Chiriboga, “Qué sé yo”. Pero al menos ha servido para distraernos un rato y dejar de hablar de lo importante. (O)