Parodiando la modernidad líquida de Zygmunt Bauman, los ecuatorianos estamos inventando la iliquidez líquida como política económica del Estado. Según el pensador polaco, el nuevo orden social y político del mundo se representa por la metáfora que opone la liquidez (como aquello que fluye libremente y no tiene forma definida) contra la solidez (lo que permanece estático y no cambia de forma). Es la fluidez de los nuevos poderes, que produce la “licuefacción de la solidez” del antiguo orden social, los viejos valores, los lazos sociales, las instituciones, los límites y las fronteras. Los efectos de la modernidad líquida son variados y abarcan todos los campos de la vida actual, produciendo la sensación de volubilidad, ausencia de certezas e imprevisión propias de lo que no tiene forma definida. En el Ecuador, ante la crisis actual que testimonia nuestro fracaso como país, la iliquidez líquida aparece como alternativa y realización colectiva de todos los ecuatorianos, con la excepción de los más pobres. Se trata de fluidificar la iliquidez, de manera que esta se desplace libremente del Estado a los ciudadanos y viceversa.

En el Ecuador, la solidez de nuestro apego a la ley, de nuestra democracia, de nuestras instituciones y de nuestra economía, nunca fue consistente. En el fondo, desde 1830 los ecuatorianos siempre hemos sido “aguados” y nos hemos contentado con “flotar”. Pero ahora hemos logrado una hazaña imposible: la licuefacción del dólar norteamericano. La moneda es un significante por excelencia; es lo que está en lugar de otra cosa, ya sea el patrón oro o los bienes que adquirimos en una economía de intercambios y sustituciones que guarda analogía con la estructura del lenguaje. Para el ciudadano corriente, la solidez de la moneda radica, no solamente en el intercambio significante, sino en la realidad de su existencia física. Girar un cheque implica que por cada dólar escrito hay una moneda de respaldo en el banco. Pero, ¿qué pasa cuando en un país no existen suficientes billetes verdes para justificar una economía billonaria de intercambios significantes? Entonces nos vemos obligados a inventar la iliquidez líquida: aquello que se presenta como un flujo ilimitado sostenido en la figura del “dinero electrónico”. Se justifica esta creación con el cibernético argumento de la instantaneidad de las transacciones para asegurar la libre movilidad de nuestra economía: parece sacado de Bauman.

El problema es que los ecuatorianos no tenemos ninguna confianza en nuestro propio invento por varias razones. Primero por la inseguridad que genera lo “líquido” siempre cambiante, según Bauman. Luego, porque no sabemos exactamente cuántos billetes verdes existen en nuestro Banco Central para respaldar el nuevo sistema en la prometida relación de uno a uno entre sólido y electrónico. Finalmente, porque todos los ecuatorianos –excepto los más pobres– somos corresponsables del colapso de nuestra economía por diversas razones: evasión de impuestos, cuentas offshore, consumismo, farra, despilfarro, corrupción, apatía política, improductividad, falta de competitividad, soberbia autosuficiente, falta de inversión, carencia de acuerdos internacionales, imprevisión, falta de ahorro, rentismo extractivista gubernamental, y el rentismo propietario cobarde propio de nuestras clases pudientes. Si ya reventamos el sucre y ahora el dólar, ¿por qué no haríamos lo mismo con el dinero electrónico? A este paso, terminaremos en la iliquidez gaseosa. (O)