Andrew Francesco era un niño travieso, atlético y alegre, pero también una lata. Cuando tenía cinco años, un psiquiatra le recetó Ritalin. Al ir creciendo, él interrumpía las clases en la escuela y le fueron dando antipsicóticos y otros medicamentos cada vez más potentes.
Esos medicamentos no daban resultado así que le recetaban más. Expulsado de una escuela tras otra, Andrew creció frustrado, infeliz y a veces alarmante. Sus padres escondieron los cuchillos de la cocina. Después murió su madre, de 54 años de edad; la familia piensa que la tensión de criar a Andrew fue un factor.
Cuando Andrew tenía quince años, los medicamentos lo alcanzaron y él sufría de una rara complicación por uno de ellos, Seroquel. Un viernes se sintió muy bien para ir a la escuela, al domingo siguiente tuvo muerte cerebral.
Esa es la historia que relata su padre, Steven Francesco, por mucho tiempo ejecutivo y asesor de la industria farmacéutica en “Overmedicated and Undertreated”, sus memorias desgarradoras de lo que significó criar a Andrew. Él deja en claro que el problema de fondo –incluso desde su perspectiva como miembro de la industria– es un sector que a veces pone las ganancias por encima del bienestar común.
Este es el asunto central: los niños con trastornos emocionales o mentales se han convertido en una mina de oro para la industria farmacéutica. Los medicamentos psiquiátricos para niños representan miles de millones de dólares en ventas y el mercado está en bonanza.
De mediados de los años noventa a fines de los años cero, las recetas de antipsicóticos para niños se multiplicaron por un factor de siete.
Y ahora la industria se está poniendo aún más codiciosa. Escudándose en la primera enmienda, que consagra el derecho a la libre expresión, las farmacéuticas están pidiendo el derecho de vender sus productos para usos no prescritos en la etiqueta, camino que dejaría a niños con enfermedades mentales, como Andrew, particularmente vulnerables. En general se considera que la libertad de expresión es el derecho de un ciudadano a disentir; los ejecutivos de las farmacéuticas la están viendo como una herramienta para vender medicamentos para usos no aprobados.
Ya ha habido dos tribunales que fallaron en favor de las farmacéuticas. Ese es el triunfo de una ideología que considera a las corporaciones como agentes virtuosos dotados de garantías individuales, mientras que los reguladores son luditas de los que hay que desconfiar.
“La reciente decisión judicial podría erosionar el proceso de aprobación de la Agencia de Alimentos y Medicamentos (FDA), además de amenazar la salud pública y el bienestar de los pacientes”, advirtió la doctora Margaret Hamburg, comisionada de la FDA hasta hace poco.
Expertos en salud mental temen que esas decisiones judiciales provoquen “problemas terribles por confundir la ciencia con la mercadotecnia”, señala por su parte el Dr. Steven E. Hyman, experto en psiquiatría de Harvard y exdirector del Instituto Nacional de Salud Mental.
De hecho, Francesco estima que el 80 por ciento de los medicamentos psiquiátricos administrados a niños están “fuera de etiqueta”, lo que significa que la FDA no ha aprobado que se usen con ese propósito. A veces, el uso fuera de etiqueta tiene sentido, pero debe de hacerse con cuidado, no solo como resultado de una agresiva campaña de mercadotecnia lanzada por las compañías farmacéuticas para impulsar sus ganancias trimestrales.
“Ya que su cerebro todavía está en desarrollo, los niños no son solo adultos pequeños”, observa Hyman.
La industria farmacéutica ha demostrado repetidamente porqué “regulación” no debe de ser una mala palabra en la política estadounidense.
- A principios de los años sesenta, muchos países permitieron el uso de la “droga maravillosa” talidomida para tratar las náuseas matutinas de las mujeres embarazadas. Una heroica doctora de la FSA, Frances Kelsey, se resistió a las presiones de la industria para que se aprobara la talidomida en Estados Unidos, con lo que evitó miles de horribles defectos congénitos como los causados en otros países.
- A mediados de los años noventa, las industrias farmacéuticas alegaron que los médicos sistemáticamente trataban al dolor por debajo de las necesidades y, como solución, los fabricantes lanzaron agresivamente al mercado los opiáceos. La conducta de las compañías a veces era criminal (los ejecutivos de la empresa fabricante de OxyContin se declararon culpables de los cargos penales), pero también altamente lucrativa. Esto contribuyó a provocar una crisis de adicción a los analgésicos de receta y a la heroína; hoy en día, las muertes por sobredosis de drogas en Estados Unidos superan a las causadas por armas y automóviles.
- En un artículo reciente relaté que Johnson & Johnson engañosamente vendía un medicamento antipsicótico llamado Risperdal, ocultando el hecho de que podía hacer que a los muchachos les crecieran enormes pechos (a un chico le creció un busto tamaño 46 DD). Johnson & Johnson fue sorprendido, se declaró culpable y pagó más de 2.000 millones de dólares en multas y arreglos, pero también registró ventas de Risperdal por 30.000 millones. El ejecutivo que supervisó esa ilegal campaña de mercadotecnia fue Alex Gorsky, que después fue promovido a director general de Johnson & Johnson. Como vemos, el crimen sí paga cuando estamos en una compañía farmacéutica.
Por supuesto, es verdad que las farmacéuticas literalmente salvan vidas; en efecto, a mí me la salvaron de la malaria. Steven Francesco dice que si bien un medicamento mató a Andrew, otro parecía ayudarlo, aunque también dice que la terapia animal, en forma de un perro, parecía ayudarlo más. La salud mental de los niños en particular es complicada y hay que hacer un difícil toma y daca, para lo cual se requiere supervisión.
Pensemos en el caso de los autos: estos también proporcionan enormes beneficios, pero de todos modos requieren una cuidadosa regulación.
Entonces, si usted está de acuerdo con los políticos actuales que despotrican contra la regulación, o si piensa que las compañías farmacéuticas deben de gozar de libertad de expresión para vender sus productos, hable con una familia que esté luchando con la adicción a los opiáceos. O con los padres de un hijo de la talidomida. O consulte con la enlutada familia de Andrew Francesco.
© 2015 New York Times
News Service. (O)
Este es el asunto central: los niños con trastornos emocionales o mentales se han convertido en una mina de oro para la industria farmacéutica.