¿Qué provocó la caída del mercado el viernes? ¿Qué significa para el futuro? Nadie sabe, y no mucho más.
En general, los intentos por explicar los movimientos accionarios cotidianos son tontos: con una encuesta levantada en tiempo real, sobre la caída de las acciones en 1987, no se encontró ninguna evidencia de ninguna de las racionalizaciones que dieron economistas y periodistas a posteriori, pero, en cambio, sí se encontró que la gente estaba vendiendo porque, sí adivinaron, se estaban cayendo los precios. Y el mercado bursátil es una guía terrible para el futuro económico: alguna vez, Paul Samuelson bromeó que el mercado había pronosticado nueve de las últimas cinco recesiones y que nada había cambiado en ese frente.
No obstante, es claro que los inversionistas están nerviosos, y con buenas razones. A últimas fechas, las noticias económicas estadounidenses han sido buenas, pero no increíbles, y el mundo en su conjunto todavía parece notablemente propenso a los accidentes. Durante siete años y contando, hemos vivido en una economía mundial que da tumbos de una crisis a otra: cada vez, parece que una parte del mundo por fin se vuelve a poner en pie, otra parte se tambalea. Y Estados Unidos no puede aislarse completamente de estas calamidades mundiales.
¿Pero, por qué sigue dando tumbos la economía mundial?
En la superficie, parece que hemos tenido una asombrosa racha de mala suerte. Primero, sucedió el reventón inmobiliario y la crisis bancaria que desató. Luego, justo cuando parecía que ya había pasado lo peor, Europa entró en una crisis de deuda y una doble recesión. Al final, Europa logró una estabilidad precaria y empezó a crecer otra vez; pero, ahora, estamos viendo grandes problemas en China y otros mercados emergentes que antes fueron pilares de fortaleza.
Sin embargo, no solo se trata de una serie de accidentes no relacionados. Más bien, lo que estamos viendo es lo que sucede cuando demasiado dinero persigue a demasiadas pocas oportunidades para invertir.
Es famoso que Ben Bernake arguyó, hace más de una década, que un déficit comercial estadounidense en aumento era el resultado no de factores internos, sino de “una superabundancia de ahorro mundial”: un enorme exceso de ahorros en lugar de inversiones en China y otros países en desarrollo, impulsados, en parte, por reacciones políticas a la crisis asiática de los 1990, que fluía hacia Estados Unidos buscando rendimientos. A él le preocupaba un poco el hecho de que se estuviera canalizando la afluencia de capital no a la inversión empresarial, sino a la vivienda; obviamente, debió haberse preocupado mucho más. (Algunos de nosotros sí nos preocupamos mucho). Sin embargo, su sugerencia de que el auge de la vivienda en Estados Unidos se debió, en parte, a la debilidad de economías extranjeras todavía parece válida.
Claro que el auge se convirtió en burbuja, la cual infligió gran daño cuando reventó. Más aún, la historia no terminó ahí. También hubo gran afluencia de capital en España, Portugal y Grecia, proveniente de Alemania y otros países del norte de Europa. Esto también resultó en una burbuja y precipitó la crisis del euro cuando reventó en el 2009 y el 2010.
Y, tampoco había terminado la historia. Ya que ni Estados Unidos ni Europa eran destinos atractivos, la superabundancia mundial fue a buscar nuevas burbujas que inflar. Las encontró en los mercados emergentes, y lanzó a monedas como el real de Brasil a alturas insostenibles. No podía durar y ahora estamos en medio de una crisis de los mercados emergentes que a algunos observadores les hace pensar en Asia en la década de los años noventa; hay que recordar que es donde comenzó todo.
¿Así es que, a dónde va el dedo móvil de la superabundancia? De regreso a Estados Unidos, donde una afluencia nueva de fondos extranjeros ha elevado muchísimo al dólar, amenazando con hacer que nuestra industria vuelva a ser no competitiva.
¿Qué está ocasionando esta superabundancia mundial? Es probable que una mezcla de factores. El crecimiento poblacional se está reduciendo en todo el mundo y pese a todo el despliegue publicitario sobre la tecnología más reciente, no parece estar creando productividad en aumento, ni mucha demanda de inversiones en negocios. La ideología de la austeridad, que ha llevado a una debilidad sin precedente en el gasto gubernamental, se ha sumado al problema. Y la baja inflación en todo el mundo, que significa tasas bajas de interés aun cuando las economías están en auge, ha reducido el espacio para bajarlas cuando se desploman las economías.
Cualquiera que sea la mezcla precisa de causas, lo que ahora es importante es que los formuladores de políticas tomen en serio la posibilidad, yo diría probabilidad, de que el exceso de ahorros y la persistente debilidad mundial son lo normal nuevo.
Mi opinión es que hay una falta de disposición profundamente arraigada, aun entre funcionarios sofisticados, para aceptar esta realidad. En parte, ello se trata de intereses especiales: Wall Street no quiere oír hablar de que un mundo inestable requiere fuertes regulaciones financieras, y los políticos que quieren eliminar al Estado de bienestar no quieren oír hablar de que el gasto gubernamental y la deuda no son problemas en el entorno actual.
Sin embargo, también hay, yo creo, una especie de prejuicio emocional en contra de la mismísima idea de una superabundancia mundial. Los políticos y los tecnócratas por igual quieren verse como gente seria que toma decisiones difíciles, tales como reducir los programas populares y aumentar las tasas de interés. No les gusta que les digan que estamos en un mundo en el que las políticas aparentemente nada sentimentales harán que, de hecho, empeoren las cosas. Sin embargo, estamos y empeorarán.
© 2015 New York Times
News Service (O)
Durante siete años y contando, hemos vivido en una economía mundial que da tumbos de una crisis a otra: cada vez, parece que una parte del mundo por fin se vuelve a poner en pie, otra parte se tambalea. Y Estados Unidos no puede aislarse completamente de estas calamidades mundiales.