La temporada de playa prácticamente ha terminado pero nos queda una herencia de la que hay que hablar. Se trata de las casi 300 vallas publicitarias asentadas sobre la carretera Guayaquil-Salinas. Quienes vivimos en Guayaquil, esta es la carretera que probablemente más frecuentamos durante la época de vacaciones, de manera que muchos hemos sido testigos de la proliferación alarmante de estos espacios de publicidad en los últimos cuatro meses. Justamente cuando esta vía se pone especialmente pintoresca gracias al verdor y colorido característico de la temporada invernal.

Como indicaba, la gran cantidad de gente que nos desplazamos a la península de Santa Elena durante la temporada de playa, generalmente lo hacemos por turismo. A menudo se recalca la importancia de esta actividad para descansar de las presiones de la vida cotidiana, y los estudios sobre el tema indican que el turista, no solo durante su estancia en el destino sino a través del viaje o desplazamiento en sí, busca reencontrarse consigo mismo, con sus semejantes y con la naturaleza. Sin embargo, las vallas publicitarias que abundan en nuestras carreteras no solo restringen nuestro derecho a disfrutar del paisaje natural, sino que además convierten nuestros espacios de descanso en espacios de consumo, en una extensión de la cotidianidad y de la saturación urbana de la que consciente o inconscientemente tratamos de huir, con el agravante de que uno no puede cambiar de canal ni levantarse para ir al baño.

Personalmente estoy a favor de que las empresas implementen las estrategias de marketing que consideren necesarias para vender su producto. Sin embargo, también creo que debe haber limitaciones. El reglamento que regula la ubicación de vallas del Ministerio de Transporte y Obras Públicas básicamente permite su colocación siempre que haya una separación de 1.000 metros entre una y otra, no se afecte la seguridad vial y no se obstruya la visibilidad. A falta de un marco legal más exigente, solo se puede apelar a la responsabilidad y compromiso de las empresas que alquilan vallas publicitarias y anuncian sus productos, para con la sociedad y el medioambiente en el que desenvuelven sus actividades. En otras palabras, necesitamos leyes más fuertes –o una mejor aplicación de la ley– pero también es importante que las empresas se responsabilicen para con el cuidado de la belleza del país.

Finalmente, es posible argumentar que las vallas publicitarias pueden tener su encanto y llegar a convertirse en parte del paisaje característico de ciertos lugares turísticos como es el caso de la publicidad en Picadilly Circus en Londres, o en Times Square en Nueva York. Pero nuestras carreteras son probablemente la mayor oportunidad de disfrute de nuestros paisajes naturales y, en definitiva, la parte de nuestro país que vemos mientras hacemos turismo doméstico. En otras palabras, gran parte de lo que conocemos de Ecuador lo conocemos durante el viaje en carretera. En un país en el que el sector público invierte tan fuertemente en turismo, es incongruente que se invite a disfrutar de la belleza de nuestros paisajes naturales, mientras se permite la contaminación y la disminución de la calidad de ese paisaje.(O)