EE. UU.
El lunes, el presidente Barack Obama hará un llamado a un incremento considerable en el gasto, revirtiendo los duros recortes de los últimos años. No conseguirá todo lo que está pidiendo, pero es una acción en la dirección correcta. Y también marca un cambio bien recibido en el discurso. Quizá Washington empiece a superar su obsesión, de mente estrecha e irresponsable, con los problemas de largo plazo y, finalmente, asuma el difícil tema de la gratificación en el corto plazo.
Está bien, me estoy descarando para llamar su atención. No obstante, soy bastante serio. Es frecuente que se diga que el problema con los formuladores de políticas es que están centrados en las siguientes elecciones, que buscan arreglos de corto plazo en tanto que ignoran el largo plazo. Sin embargo, la historia de la política y el discurso económico en estos últimos cinco años ha sido exactamente lo contrario.
Solo que hay que considerar: de cara al desempleo masivo y el enorme desperdicio que conlleva, la élite de Washington, D. C. dedicó casi toda su energía no a promover la recuperación, sino a aplicar un “bowles-simpsonismo” o diseñar “grandes negociaciones” con las que se abordaría el supuestamente urgente problema de cómo vamos a pagar la Seguridad Social y Medicare dentro de un par de décadas.
Y este extraño largoplacismo no es un fenómeno solo estadounidense. Si se trata de hablar sobre el daño provocado por las políticas europeas de austeridad, y es demasiado probable que se encontraran sermones al efecto de que lo que realmente necesitamos es discutir la reforma estructural de largo plazo. Si se trata de hablar del esfuerzo de Japón por romper su trampa deflacionaria de décadas de duración, de seguro que se encontrarán con aseveraciones de que las políticas monetaria y fiscal son atracciones secundarias, y que la desregulación y otros cambios estructurales son lo que es importante.
¿Estoy diciendo que el largo plazo no importa? Claro que no, aunque hay algunas formas de largoplacismo que no tienen sentido ni siquiera en sus propios términos. Es cierto que muchas proyecciones indican que habrá dificultades financieras en nuestros principales programas de seguros en el futuro (aunque la drástica desaceleración de los incrementos en los costos de la salud hace que esa proposición sea incierta). De ser así, en algún momento, podríamos necesitar recortar los beneficios. Sin embargo, ¿por qué, exactamente, es crucial que lidiemos con esa amenaza de recortes futuros a los beneficios asegurando planes para recortar beneficios futuros?
De cualquier forma, aun cuando los problemas a largo plazo son reales, es verdaderamente extraño que se los haya colocado en el centro de la atención con tanta frecuencia en los últimos años. Después de todo, todavía estamos viviendo las consecuencias de una crisis financiera una vez cada tres generaciones. Parece que Estados Unidos, al fin, se está recuperando; pero, el “bowles-simpsonismo” tuvo su mayor influencia precisamente cuando la economía estadounidense todavía estaba atrapada en una depresión profunda. Europa ni siquiera se ha recuperado y hay evidencia abrumadora de que las políticas de austeridad son la razón principal de ese desastre en curso. Entonces, ¿por qué la urgencia de cambiar el tema a la reforma estructural? La respuesta, yo diría, es la flojera intelectual y la falta de coraje moral.
Sobre la pereza: muchas personas saben lo que John Mayndard Keynes dijo sobre el largo plazo, pero muchísimas menos están conscientes del contexto. Esto es lo que realmente dijo: “Sin embargo, este largo plazo es una guía engañosa de los asuntos actuales. En el largo plazo, todos estaremos muertos. Los economistas se conforman con demasiada facilidad, una tarea harto inútil si en temporadas tempestuosas solo nos pueden decir que cuando ya haya pasado mucho tiempo desde que terminó la tormenta, el océano vuelve a su nivel”.
Exacto. Con demasiada frecuencia, o así me lo parece, la gente que insiste en que las cuestiones de la austeridad y los estímulos no son importantes, de hecho, están tratando de evitar las ideas sólidas sobre la naturaleza del desastre económico que pilló desprevenido a gran parte del mundo.
Y también están tratando de evitar tomar una posición que los exponga a los ataques. Las discusiones sobre la política fiscal y monetaria de corto plazo están políticamente cargadas. Si usted se opone a la austeridad y apoya la expansión monetaria, la derecha lo vapuleará; si hace lo contrario, la izquierda lo criticará y quizá lo ridiculice. Entiendo por qué es tentador desestimar todo el debate y declarar que los problemas verdaderamente importantes involucran al largo plazo. Sin embargo, si bien a la gente que dice este tipo de cosas le gusta hacerse pasar por valiente y responsable, de hecho, está evadiendo las cosas difíciles; lo que quiere decir que son cobardes e irresponsables.
Lo que me trae de vuelta al nuevo presupuesto del presidente.
Va por descontado que los republicanos atacarán las propuestas fiscales de Obama, como todo lo que hace. Es seguro, no obstante, que enfrentará críticas de los autoproclamados centristas que lo acusarán de abandonar irresponsablemente la pelea contra los déficits presupuestarios de largo plazo.
Así es que es importante entender quién es el verdaderamente irresponsable en todo esto. En el entorno económico y político actual, el largoplacismo es una mala excusa, un regate, una forma de evitar jugársela. Y es alentador ver signos de que Obama está dispuesto a romper con los largoplacistas y centrarse en el aquí y el ahora. (O)
Las discusiones sobre la política fiscal y monetaria de corto plazo están políticamente cargadas.
© The New York Times 2015.