Alianza PAIS intenta reinventarse a sí misma ahora que su discurso revolucionario, refundacional, que tantos éxitos le dio en el pasado, empieza a burocratizarse y debilitarse. Pero no sabe cómo recuperar su identidad ni salir de su dependencia hacia el “compañero Correa”. En las últimas semanas, hemos visto al menos dos esfuerzos por trabajar la identidad devaluada: el lanzamiento del frente Unidos, y la reunión de 37 organizaciones de izquierda en el Encuentro Latinoamericano Progresista (ELAP), que terminó con una Declaración Latinoamericana por la Segunda Independencia (repitiendo el mismísimo lenguaje de hace siete años).
Muchas luces, fuegos pirotécnicos, fiestas y tarimas para que un cansando Correa, apegado al telepronter, exhiba un discurso plagado de consigas y muy repetitivo. Tengo la impresión de que ni siquiera al presidente le entusiasma ya tanta palabrería revolucionaria, a pesar del disimulo. Tampoco queda claro si avanzan o retroceden. El frente Unidos integra a viejos movimientos y partidos de izquierda, sin ninguna actividad, como novísimos aliados de la revolución. Han juntado al Partido Comunista del Ecuador, al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), a fragmentos de Alfaro Vive, del Partido Socialista Ecuatoriano, de Pachakutik, más otras organizaciones insignificantes con la excepción de Avanza. Mostrarse fuertes, con nuevos aliados, para disimular las debilidades y cansancios.
El nuevo estribillo es mantenerse unidos frente a la restauración conservadora. Una de las mesas del ELAP discutió esta maravilla de tema: “Neogolpismo, nueva derecha y otras estrategias de restauración conservadora en América Latina”. El encuadramiento de cualquier oposición como golpista resulta alarmante y muestra el avance de una mente paranoica, obsesionada con la desestabilización, que emerge cada 30 de septiembre. Los opositores son, según el libreto publicitario del Gobierno, unos señores con pinta de mafiosos que corrompen a una democracia blanca e impoluta, retratada en el cuerpo de una mujer, que son ellos. Ahora todo resulta neogolpismo, golpismo disimulado, golpismo de las calles. Fuera de ellos, solo hay infiernos golpistas.
A Doris Solís hay que reconocerle el esfuerzo y el entusiasmo por dar consistencia al movimiento oficialista, pero también un sorprendente empeño por seguir fingiendo una identidad revolucionaria con aliados de la viejísima izquierda. Han resucitado a unos cadáveres políticos para que griten a voz en cuello: “Alerta, alerta, que camina…”. La facilidad con la que fabrican clichés resulta tan llamativa como la capacidad de negarse a sí mismos en tanto una poderosa y antidemocrática maquinaria política instalada en el Estado, para la cual todos los demás, sin excepción, son unos puercos golpistas y malvados conservadores. Y han ido a desempolvar –vaya paradoja– al MIR, para dárselas de superrevolucionarios. Han intentado dar un paso adelante y han dado dos atrás, como diría el venerable Lenin.