“¿Es posible que exista un pueblo que no tenga enemigos? Todas las naciones (…) necesitan un enemigo para amalgamarse, fundirse bajo el emblema de la soberanía. Desde los albores de la civilización, el enemigo es indispensable para plantear un férreo frente y aplacar así el miedo al distinto. Las élites y pensadores, cronistas, líderes políticos y religiosos lo han necesitado. Construir al enemigo es el nombre con que el pensador y literato Umberto Eco titula su libro...” (Arturo Torres, ‘Ideas’ El Comercio de Quito).

Las recensiones e interpretaciones de Construir al enemigo me conducen a comprender comportamientos que los creía fuera de lugar; otros, que los veía exagerados o piezas inamovibles de un libreto. No pienso, necesaria ni únicamente, en quienes hoy nos gobiernan. La esencia del cuestionamiento de Eco contagia, en buena parte, a los actores sociales, en especial políticos, de las últimas décadas. Posibles fases de construcción:

1. Objetivo primordial: detectar al enemigo, a ese qué o quién que amenaza el presente y futuro de un ‘colectivo’ humano (familiar, local, provincial, nacional o internacional).

2. Identificado el enemigo, es necesario describirlo como causante de los males pasados, presentes y futuros, de no exterminarlo. No importa el rigor histórico, la verdad no es indispensable. De existir ‘enemigos’ secundarios, causantes de la desgracia que se lamenta, sencillamente se los ignora. Lo fundamental es que el principal enemigo detectado encarne todos los males que la ideología de un grupo político desea combatir o, al menos, ponerlos en agenda.

3. Luego es menester pintar al enemigo con tétricos y lúgubres colores para endilgarle todos los males existentes: pobreza, insalubridad, ausencia de equidad y solidaridad, ignorancia, injusticia, corrupción, etcétera.

4. Algo más: es menester darle al enemigo cuerpo, encarnarlo, bajarlo del pedestal al campo de acción, de manera didáctica, para que todos entiendan. Como los grandes infortunios no son fruto de una sola persona o de un solo periodo de gobierno sino de décadas o centurias, entonces es menester ocuparse en detalle de sus protagonistas: la banca usurera, la prensa corrupta, los empresarios deshonestos, los maestros irresponsables, los sindicalistas, las mafias políticas, la partidocracia, las ONG y todo aquello con olor a extranjero y oposición.

5. Como broche de oro, los inculpados deben tener nombres y apellidos: de expresidentes, de políticos connotados, de personas que ejercieron cargos públicos, de gente próspera e influyente. Es la hora de la iconoclasia.

6. Detectado el enemigo y pintado en toda su fealdad y peligrosidad, es imperioso emprender la lucha sin cuartel para destruirlo por todos los medios, lícitos e ilícitos. La lucha es de todos los días, todas las semanas, todos los meses y todos los años. La pugna no busca la victoria; requiere perennizar la lucha, mantenerla viva.

7. El miedo alimenta la lucha en unos y genera cobardía en otros. El miedo ‘debe sentirse, debe verse’. Escuadrones, guardias armados, sentencias, enjuiciamientos, desafíos, poderes absolutos, amenazas, mofas, todo vale. Construido el enemigo hay que mantenerlo vivo porque sin él no hay revolución.

“La Península de Santa Elena es una joya que debe brillar”.