Varios agentes de Policía están esperando en una habitación de hotel, con esposas listas, cuando reciben la señal. Una oficial encubierta se hace pasar por prostituta con un probable cliente en una habitación contigua, y ya oprimió el botón secreto que indica que ellos deben lanzarse para hacer el arresto.

Los oficiales empujan la puerta que conecta las habitaciones, pero de alguna manera ha quedado cerrada. No pueden entrar. La oficial encubierta está encerrada con su cliente. La tensión crece. Reverberan las maldiciones. Surge un millón de temores.

Entonces, repentinamente, la puerta se libera y los oficiales de Policía entran corriendo y arrestan a un hombre canoso de 64 años, Michael. Su arrogancia se destroza y se convierte en azoro y shock, mientras los agentes de Policía le esposan las manos detrás de la espalda.

Michael tenía razones para sentirse pasmado. La Policía arresta a mujeres por prostitución todo el tiempo, pero casi nunca a sus clientes.

Sin embargo, eso está empezando a cambiar. Hay una creciente conciencia de que el tráfico sexual es uno de los abusos a los derechos humanos más serios que existe, con aproximadamente 100.000 jóvenes, con base en estimados, siendo objeto del tráfico sexual en Estados Unidos cada año.

Algunas mujeres venden sexo por cuenta propia, pero la coerción, golpizas y reclutamiento de jóvenes menores de edad también son centrales para el negocio. Apenas hace unas cuantas semanas, oficiales de la Policía de Nueva York rescataron a una joven de 14 años en Queens, la cual había huido de casa y terminó encerrada por proxenetas y vendida por sexo. Con base en documentos de la corte, le dijeron que la matarían si intentaba huir, pero después de tres meses se las ingenió para marcar al 911.

La Policía reconoce cada vez más que la manera más sencilla de reducir la magnitud del tráfico humano es arrestar a los hombres que compran sexo. Esto no es mojigatería o santurronería, sino una estrategia para bajar la demanda.

Las encuestas sugieren que aproximadamente el 15% de los varones estadounidenses ha comprado sexo, y cálculos aproximados sugieren que un hombre tiene una probabilidad de 100.000 de ser arrestado mientras lo hace.

Sin embargo, las operaciones para arrestar a estos clientes son maravillas de eficiencia. Aquí en Chicago, la Oficina del Sheriff del Condado Cook coloca anuncios en sitios web de prostitución. Cuando los hombres llaman, una oficial encubierta los guía hasta una habitación hotelera. La oficial negocia un precio por un acto sexual, y después otros oficiales intervienen y arrestan al cliente.

Es una línea de ensamblado, casi creando embotellamientos de tráfico en el hotel. Una vez, un cliente acababa de ser esposado cuando sonó el teléfono de la oficial encubierta: era otro cliente en la planta baja, en el vestíbulo.

“Tan solo dame cinco minutos para refrescarme”, le dice con un ronroneo la oficial encubierta.

Donna M. Hughes, experta en tráfico humano por la Universidad de Rhode Island, nota que la Policía a menudo es más dura con hombres que descargan pornografía infantil que con clientes que tienen sexo con niñas o mujeres.

“Creo que sigue existiendo la vieja idea de que ‘malas mujeres’ atraen a los hombres a mala conducta”, dice Hughes. “Y la Policía no quiere avergonzar a toda la familia arrestando al hombre”.

Thomas Dart, el sheriff aquí, dice que un problema básico es que la población no simpatiza mucho con las víctimas del tráfico. Recuerda que su departamento hizo una redada una vez en una operación de peleas de perros para liberar a algunos pitbull, y al poco tiempo después otra sobre una operación de tráfico sexual para liberar a niñas y mujeres vendidas por sexo. Hubo una profusión de simpatía por los perros, destaca, pero algunas quejas con respecto a por qué el departamento estaba en la cuestión de moral y preocupándose por el sexo.

Sin embargo, lentamente, la comprensión va creciendo en cuanto a que esto no es sobre vigilar la moral sino sobre proteger los derechos humanos. En cada vez más estados los proxenetas o padrotes son perseguidos legalmente con mayor frecuencia, en tanto los menores no son arrestados en casos de prostitución, sino los canalizan a programas sociales. A veces, eso también es igual para las mujeres.

Conforme va creciendo la apreciación de que el tráfico humano es uno de los abusos más graves a los derechos humanos, lo mismo pasa con el reconocimiento de que un punto de partida para encontrarle solución es dejar de dar excusas por los hombres que lo perpetúan, y empezar a arrestarlos.

Eso está ocurriendo con mayor frecuencia, aunque los castigos típicamente son mínimos. Aquí en Chicago, los hombres arrestados fueron llevados a otra habitación de hotel y obligados a ver un video sobre los riesgos de la prostitución –como las enfermedades de transmisión sexual– y después les dieron una multa de 500 dólares. Les aconsejan que paguen la multa de inmediato o se enviará una carta registrada a la dirección de su casa. No existe un registro penal, y los hombres son liberados en aproximadamente 30 minutos.

Los automóviles de los hombres también son remolcados, lo cual les cuesta otros 700 dólares, aproximadamente. Mike Anton, comandante de la unidad de vicio, expresa que él siempre les dice a los hombres casados que pueden evitar las tarifas de las grúas si llaman a sus esposas para que vayan a recoger el auto.

“Ni uno solo me ha tomado la palabra en ese aspecto”, agrega.

La Policía reconoce cada vez más que la manera más sencilla de reducir la magnitud del tráfico humano es arrestar a los hombres que compran sexo. Esto no es mojigatería o santurronería, sino una estrategia para bajar la demanda.

© The New York Times 2014