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Cuatro años después del terremoto, Haití es un país frágil, en gran medida, olvidado. Es posible que alguna crisis natural o provocada por el hombre la empuje de nuevo a los titulares. Sin embargo, ya casi no le brindan la atención continua, con el tipo de apoyo externo que necesita para la reconstrucción y ser más autosuficiente.

Naciones Unidas dice lo mismo en su Plan de Acción Humanitaria para Haití, recién publicado, en el que hay un gran esfuerzo para darle un tono esperanzador, pero que suena, en gran medida, desolado. Nota algunos cambios positivos. Más de tres cuartos de los niños están ahora en primaria, cuando antes era cerca de la mitad. Se redujeron las muertes por cólera y los sobrevivientes indigentes. Se informa que la población en los campos que no tenía refugio justo después del sismo de 2010, cayó del máximo de 1,5 millones de personas a 172.000 en el último año.

Sin embargo, la ayuda humanitaria se está consumiendo mientras los organismos se van y se agota el dinero. El declive significa que los socios de Haití deberían intensificar los esfuerzos de desarrollo, para colocar al país en un camino de recuperación sustentable, pero no está pasando eso.

¿Pese a lo que se dice –y los 14.000 millones de dólares que gobiernos del mundo prometieron dar el 12 de enero del 2010–, qué es lo que se puede mostrar? El gran total de casas nuevas que se construyeron en cuatro años desde el terremoto es muy bajo: 7.515. El proyecto insignia para la reurbanización –un parque industrial en Caracol, en la costa norte de Haití– con el que se suponía se crearían 60.000 empleos y liderado por estadounidenses, solo generó 2.590 empleos a finales del 2013. Defensores de los derechos de los trabajadores reportaron en otoño que las fábricas de ropa en Caracol y otras partes violaban cotidianamente las leyes haitianas sobre el salario mínimo y a la mayoría de los trabajadores les pagan muy poco como para vivir.

El nuevo Plan de Acción de Naciones Unidas se centra en cuatro objetivos críticos y, con toda seguridad, alcanzables: vivienda para los indigentes, reducción del cólera, alimentación para 600.000 haitianos en “inseguridad alimentaria” y fortalecer a las instituciones nacionales. Se requieren 169 millones de dólares para financiarlo por un año.

Estados Unidos debería cumplir sus compromisos con Haití, centrándose, en particular, en construir y reparar vivienda (casas permanentes, no refugios temporales), apoyar a la agricultura y construir infraestructura para el gobierno nacional, y los negocios y las organizaciones locales. Datos del Organismo para el Desarrollo Internacional muestran que apenas cinco por ciento de su financiamiento para proyectos en Haití en el 2012 se canalizó a instituciones haitianas.

Ayudaría, mientras tanto, tener una mejor idea de lo que está pasando. Con la iniciativa de la ley para evaluar el progreso en Haití, se podría demandar que el Departamento de Estado dé más detalles y tenga más transparencia al informarle al Congreso sobre cómo se gasta el dinero para ayuda humanitaria y desarrollo.

El plan de Naciones Unidas nota que “el impacto más ligero” en Haití podría provocar que padeciera otra ronda de miseria y muerte. Es un país aún paralizado por la emergencia, y pareciera que, más allá de sus costas, nadie se acuerda.