Ojeaba estos días un trabajo, una suerte de tesina, que debí elaborar para graduarme de bachiller, hace ya algunas décadas. Se denominó Giovanni Bocaccio y era un estudio de los recursos de humor empleados en su más célebre obra, El Decamerón. En 50 páginas escritas a máquina se habla de la época en que fue escrita, la vida del autor, su trayectoria como escritor y sus principales obras, además de un análisis minucioso de los recursos de humor, objeto del estudio. Claro está, este trabajo con que fui seleccionado para representar al colegio en el concurso del libro leído fue en buena parte resultado de la inspiración y guía que tuve de un extraordinario maestro, tal vez el mejor que he tenido, Hernán Rodríguez Castelo. No solo que me enseñó a leer un libro, sino a explorar en las bibliotecas accesibles a un muchacho de diez y siete años, pero sobre todo me enseñó a razonar y a escribir. Cuando debí hacer mi tesis en la Universidad de Lovaina, sobre relaciones campo y ciudad, armado ya de nuevos conocimientos y destrezas, su elaboración fluyó, pero siempre retuve la disciplina que había recibido en el colegio. Después he escrito mucho, libros y artículos, aquí y fuera de país, pero el saber escribir y razonar en forma escrita fue una enseñanza temprana; me marcó para siempre.

El Consejo de Educación Superior decidió eliminar las tesis de grado; los estudiantes no tendrán que correr para definir un tema de investigación, plantearse preguntas, hipótesis y metodologías de investigación; no tendrán que buscar bibliografía, ni buscar y revisar el estado de una cuestión en bibliotecas o en el Internet; no deberán saber citar honestamente, confrontar sus preguntas, su marco conceptual o referencial con sus hallazgos fruto de su investigación y llegar a ciertas conclusiones y recomendaciones. No tendrán que demostrar que tienen capacidad de escribir en forma ordenada, razonar con lógica y redactar bien.

Es cierto que esto soluciona un problema, que es raíz, los egresados de las universidades no se gradúan simplemente porque no hay profesores en forma oportuna, que hagan de tutores y lectores, que participen en tribunales de evaluación y emitan sus notas y que esto dé pase al ansiado título de grado. Hay una verdadera congestión, represamiento, amontonamiento de estudiantes que se quedan por largo tiempo en una suerte de limbo que es el ser egresado, esperando que este larguísimo y frustrante proceso llegue a su fin.

Esto premia algo que está mal en las universidades; con razón que cuando se decretó el fin de las tesis, las universidades, los profesores no salieron masivamente a protestar, a oponerse a tamaño despropósito. Qué contraste con los resultados de la evaluación de las universidades, donde quienes se sintieron afectados salieron raudos y veloces a manifestar su inconformidad, su protesta y en algunos casos, propósitos de enmienda. Se optó por la vía fácil, cortar de tajo el síntoma, sin que medie discusión pedagógica, evaluación completa de las razones, discusión pública. No hubo esta, ni antes, ni después. Primó el criterio que el Estado y sus organismos reguladores tecnocráticos saben más que es mejor.

Creo yo, al menos es mi experiencia, que la tesis bien conducida por maestros de calidad es fundamental para el desarrollo futuro de una persona.