Implementar un sistema que evalúe y mida los aprendizajes de los estudiantes, sin duda es una necesidad pendiente para nuestra educación. Evidentemente evaluar nos debe permitir corregir y mejorar lo que hacemos y eso sin duda es deseable para un sistema educativo que debe profesionalizarse rápidamente. Ahora bien, el  cómo y cuánto se evalúa está demostrado que no da lo mismo y dependiendo de ello tendremos un sistema que tense cada vez más el trabajo de los profesores  o se los facilite y permita mejorar. Si miramos los primeros efectos del sistema de evaluación por quinquemestre (en colegios de la Sierra, principalmente) veremos que lo que ha logrado es  tensar y desviar a los profesores  de su foco más pedagógico para sumergirlos en  la vorágine administrativa  y  de control que implica la aplicación de pruebas por materia cada mes y medio y de seis pruebas parciales en todo el nuevo periodo.

Las tendencias actuales en torno al tema de cómo mejorar escuelas con malos resultados nos muestran que no es precisamente a base de evaluaciones y  rankings  que dichas escuelas en contextos más difíciles logran salir adelante, sino mediante acciones coordinadas y  el tiempo, de los equipos de profesores y directivos que logran acercarse cada vez más a lo que pasa dentro del aula y dedican su gestión principalmente a ello y no a asuntos más de tipo administrativo. Hoy los estudios de efectividad escolar nos indican que las mediciones deben guiar hacia el planteamiento de nuevas acciones, a la gestión estratégica de los datos, es decir, a saber qué hacer con dicha información  y contar así con una hoja de ruta clara.

No es casual que otra vez países como Finlandia y Nueva Zelanda aparezcan por ser ejemplo de sistema de evaluación puntuales y poco intervencionistas de las dinámicas que se dan en las escuelas y sean justamente los que mejores resultados internacionales tengan.

La estandarización de pruebas y la sobrecarga de evaluación como política prioritaria y sin considerar otros factores claves del mejoramiento pueden terminar siendo un factor que responde más a asuntos de orden administrativo y de control que de diseño y desarrollo de nuevas ideas, estrategias, procesos de enseñanza propios de cada escuela. Medir sin entregar capacidades y flexibilidad a los profesores y directivos, de enrumbar sus decisiones, es un retroceso mayor en la manera de pensar la escuela y sobre todo es tratar de instalar políticas que hoy se encuentran muy cuestionadas a nivel internacional por ser miopes frente a la complejidad de lo que implica mejorar y fortalecer a las escuelas en contextos difíciles, en donde sin duda es necesario contar con información de avances y métricas, pero esto no implica ahogar a los profesores en dinámicas que terminan siendo respuestas a las presiones del organismo  evaluador.