La muerte de decenas de personas en esta ciudad europea, arrolladas por el camión conducido por un ciudadano tunecino, desbordado por el resentimiento y el odio hacia Francia y la cultura occidental, es el último episodio de una cadena de actos cruentos que en el pasado inmediato tuvo momentos similares acaecidos en París, uno en la sala de conciertos Bataclán y otro en las oficinas del semanario satírico Charlie Hebdo, siempre con consecuencias sangrientas y devastadoras. También el dolor atroz producto de la violencia se siente en Irak, Siria, Palestina y Líbano cuando ciudadanos comunes y corrientes son blanco de intervenciones militares occidentales. Es la guerra que no discrimina, practicada bajo modalidades de terrorismo y represalias masivas, que se enseñorea exultante y apocalíptica en medio del desgarramiento mortal de las vidas de individuos, familias y sociedades, siempre inocentes. Toda esa ira incontenible representa una negación rotunda de los principios que esos mismos actores defienden en sus libros sagrados o en sus constituciones, enceguecidos por un estado permanente de venganza y beligerancia que les otorga razones para esgrimir insostenibles autojustificaciones de sus políticas, estrategias y acciones de guerra. Furor bélico que sin duda es cultivado e incentivado mundialmente por quienes están inmersos en el negocio de las armas y se benefician con el imperio de la violencia… ¡mercaderes de la muerte y la extinción!

A nivel individual, grupal, estatal e internacional el discurso de solución de los conflictos a través del diálogo, la comunicación y la ética, así como su práctica, funciona en algunas situaciones. Sin embargo, en los casos más complicados por los intereses en juego, las partes prescinden de esas posibilidades pacíficas y radicalizan sus antagonismos forzándose a sí mismas y forzando al otro a la utilización de la violencia como mecanismo de solución de sus desavenencias. Los presupuestos financieros policiales y militares crecen cada vez más y esos recursos se destinan a programas de inteligencia y preparación bélica con el fin de destruir al enemigo. Por el contrario, los presupuestos que contemplan actividades para combatir la pobreza y educar a las personas en comportamientos de tolerancia y respeto de la diversidad, en muchos casos ni siquiera existen, pues no se busca realmente cultivar formas de pensar humanistas en el amplio sentido de la palabra. Así, cada parte quiere infligir de mayor manera a su oponente y de ser posible eliminarlo para siempre, recorriendo una vez más los caminos de destrucción colectiva ya conocidos por la humanidad.

El panorama político y cultural internacional y nacional está definido en gran medida por este ánimo de confrontación. La xenofobia y la intolerancia campean. La disputa aleve es la forma que adopta la política. El denuesto y la descalificación del que piensa diferente se convierten en las formas de relacionarse adquiriendo, en quienes se consideran los más agudos pensadores, formas de ironía, escepticismo y cinismo que sirven para la batalla, pero no para la construcción de la vida. Una de las máximas del Tao Te Ching de Lao Tse afina el sentido de esta columna y da cuenta de su espíritu… “donde acampan ejércitos, solamente crecen espinos y zarzas”. (O)