Un momento de alivio y esperanza en medio de la incertidumbre de tener a sus familiares postrados. Eso significó la llegada del grupo Seguidores de Jesús para quienes hacían guardia afuera del Área de Emergencias del hospital Los Ceibos, la noche del martes pasado, 1 de octubre.

Tan pronto como la veintena de voluntarios se acercó a ese espacio, los familiares de los pacientes respondieron con aplausos y se sumaron a los estribillos de las alabanzas con las que empezó la jornada de apoyo emocional y evangelización.

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“Yo soy solo un pobre misionero y solo quiero entregarte con mis historias fortaleza, mis oraciones regalarte y que mi abrazo sea el abrazo del que se murió por ti, alguien que te amó primero”, era el coro que sonaba casi al unísono.

El acompañamiento de una guitarra y la amplificación de un pequeño parlante matizaron la intervención.

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Seguidores de Jesús es un grupo católico que tiene ocho años y realiza más de diez misiones, entre ellas visitas a diferentes hospitales, apoyo a personas en condición de calle y visitas a enfermos incurables.

La misión Hospital Los Ceibos, en dicho sanatorio del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS), se cumple los martes de cada semana desde hace tres años.

La misión Hospital Los Ceibos, en dicho sanatorio del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS), se cumple los martes de cada semana desde hace tres años. Foto: José Beltrán

“La idea es, a más de traer un pequeño bocado de pan, porque somos conscientes de que aquí viene gente de otras provincias, de escasos recursos, traer el alimento para el alma, que es la palabra de Dios”, expresó Xavier Jurado, uno de los misioneros, que distribuye su tiempo entre el voluntariado y sus actividades de comerciante.

Él comparte las misiones con su esposa, Priscila Seminario. La noche del martes, ambos participaron en la actividad en el hospital Los Ceibos.

Luego de las alabanzas y la lectura y reflexión del evangelio, los voluntarios se acercaron a los familiares de los pacientes para orar juntos. Antes de eso hubo consentimiento de estos últimos para compartir sus preocupaciones.

Robert Travez contó a la misionera Jenny Castro que estaba allí porque su madre de 81 años tuvo una hemorragia digestiva que la tenía al borde de ser intubada. Y entonces, con los ojos cerrados, ambos pidieron a Dios que todo salga según sus designios.

Hubo lágrimas de parte y parte y abrazo de solidaridad, una sensación de acompañar en el sufrimiento al prójimo en consonancia con el mandamiento de amarse unos a otros como Dios ama al mundo.

Los voluntarios que acuden al hospital de Los Ceibos dan palabras de esperanza a las familias de los pacientes. Foto: José Beltrán

“Yo sí era de ir a misa, pero sentía como que me faltaba algo más (...). Aquí se siente la presencia de Dios, porque pedimos al Espíritu Santo que llene nuestros corazones para poder transmitir su palabra”, comentó Castro, enfermera ocupacional de profesión.

Seguidores de Jesús comenzó con diez personas, pero el número se incrementó con el pasar del tiempo. Las misiones no son solo a nivel local: después del terremoto, por ejemplo, los voluntarios cumplieron actividades en las ciudades más golpeadas por el sismo.

Roxana Avilés también participa en las misiones con su esposo, Jaime Bustamante. Ella se da tiempo para sus actividades de abogada, madre de familia y misionera.

Con esto último, dijo, se siente más cerca de Dios. “En mi caso, lo tenía todo: mi esposo, mi familia, el trabajo, la casa, pero había algo que me faltaba; eso era Dios. Y lo encontré en el rostro del hermano que está en la calle, en los hospitales, y me di cuenta de que eso era lo que necesitaba”, contó la mujer.

Francisco Peñafiel tiene cinco años como misionero, una actividad con la que se vinculó a raíz de que su abuelo materno fue encarcelado por situaciones de carácter económico.

Seguidores de Jesús cumplía misión en la cárcel, y su abuelo, al recuperar la libertad, le pidió que se integrara al grupo que en algún momento le transmitió un alivio en medio de su difícil situación.

Desde entonces, Peñafiel misiona con mucha devoción.

“Es un amor triste que te hace sentir lleno, al misionero. Uno viene a entregar, pero termina recibiendo muchísimo. En todas nuestras misiones siempre decimos eso y es impresionante, porque la mayoría de personas que están aquí están esperando recibir y no tienen idea de que lo que hacen es llenarnos a nosotros del espíritu y del corazón”, mencionó el joven.

El martes anterior él oró y abrazó con mucho sentimiento a Carmen Castro, quien lloraba al contar que su nieto de 5 años estaba hospitalizado por una crisis de epilepsia.

Así, en un intercambio de amor, de solidaridad y empatía, los voluntarios cumplen cada jornada de fe en Guayaquil. (I)