Comía fritada hasta dos veces a la semana, gustaba a diario del cocolón, desayunaba guatita, encebollado, platillos que alternaba con grasas saturadas. Las sopas no eran de su agrado, en cuanto a líquidos prefería el caldo de bolas. Esa era parte de la alimentación que Ricardo Molineros, de 68 años, mantuvo desde su juventud hasta hace poco, cuando le diagnosticaron cirrosis hepática y, en consecuencia, requería de un trasplante de hígado.