Desde el 20 de marzo hasta mediados de abril, principalmente, Guayaquil vivía una de las etapas más terribles de su historia. Cadáveres botados en las calles, enfermos que agonizaban en sus casas sin un medicamento u otros que sucumbían sin lograr atención en los hospitales y clínicas; incluso algunos que, por el encierro obligatorio por el COVID-19, no tenían ni víveres para subsistir.