Parece que ha llegado el momento de plantear, en serio, cuál es el valor y el significado de la democracia, porque la sociedad de masas y las prácticas del populismo la han desnaturalizado, han cambiado sus objetivos, han transformado a los sistemas de gobierno que se fundamentaron en ella, al punto que, en algunos aspectos, la democracia de hoy resultaría irreconocible para los padres fundadores.
Uno de los temas que tiene que ver con la desnaturalización de la democracia es el de la “personalización de la autoridad” en caudillos que, al modo de los reyes absolutos de la Francia del Antiguo Régimen, encarnan nuevamente el poder en sus personas, al punto que podrían decir, sin margen de equivocación, aquello de que “el Estado soy yo”. Paradójicamente, una de las ideas esenciales de las revoluciones de signo liberal y democrático fue trasladar el ejercicio de la autoridad de los individuos que se habían apropiado de ella, a instituciones establecidas en las constituciones, y anclar los gobiernos en la Ley, y no en la pura voluntad de mayorías dominantes o en consignas de hombres fuertes.
En América Latina, el retorno a los viejos sistemas de gobiernos de personas y la correlativa decadencia de las Repúblicas institucionales, se refleja en el recurrente fenómeno de la adecuación de las constituciones al corte, estilo y espíritu de cada caudillo. Los sistemas legales, y lo que queda de las Repúblicas, están profundamente marcados por el personalismo. No existen partidos políticos; en lugar de ellos, proliferan los movimientos que dependen del líder. Ya no se discuten ideologías; la vida pública gira ahora en torno a los discursos coyunturales donde la palabra del hombre fuerte desplaza a cualquier otra consideración o teoría. El caso extremo es el del chavismo: Chávez gobernó y marcó la vida pública desde “Aló presidente”. Venezuela se convirtió en una República que no puede sobrevivir sin el líder. Ya veremos cómo esto se demuestra en poco tiempo: los caudillismos no se prolongan con remedos y nostalgias.
La caducidad de la Ley es otro tema que evidencia el grave deterioro del concepto de República y la crisis de la democracia institucional. La Ley, expresión de la voluntad general, norma abstracta y racional que regula la conducta de gobernantes y gobernados, ha sido sustituida por la voluntad de poder expresada, a veces, en estrepitosas mayorías legislativas. Más aún, bajo las ideas del neoconstitucionalismo, las normas son “productos burgueses”, y los jueces incluso están exonerados de la obligación de aplicar la Ley, a pretexto de ir a los “principios” o de “honrar el proyecto”. Y esto, al punto de que sobre las evidencias de los procesos empieza a imponerse la ideología y alguna filosofía confusa al servicio del intérprete.
¿No será tiempo de pensar a la democracia en la perspectiva de su crisis?
* Publicado originalmente en Diario El Comercio, el 29 de abril del 2013.