Oliva y Popín acababan de ver, impresionados, Morir en Madrid, el famoso documental de Frédéric Rossif sobre la Guerra Civil Española. Me pidieron que les explique de qué se trató ese conflicto. No pincharon en hueso, el tema me interesó mucho por bastantes años. Tengo una docena de libros sobre la materia, más algunas novelas ambientadas en esa confrontación. En la biblioteca del LCC leí otro, alguno me prestaron y conversé con personas que vivieron directamente esa historia. A pesar de este bagaje, debí confesarles que si bien puedo hacer buenas narraciones de los hechos, cada vez entiendo menos la esencia del proceso. Esto es una ganancia, solo los fanáticos y los imbéciles “entienden” todo. De todas maneras, algo queda para decirles a mis queridos consultantes.
Les digo que grupos poderosos dentro de la izquierda española intentaron, a través del copamiento del gobierno republicano, instaurar un gobierno totalitario al estilo soviético. La documentación que prueba este intento es abrumadora como para ser contradicha. El poder de estas facciones provenía del apoyo logístico y económico de Stalin. Los demócratas españoles fueron incapaces de plantear una propuesta viable ante esta amenaza, arrojando a sectores de la población si no mayoritarios, sí masivos, en los brazos del fascismo. Esto habría que matizarlo y detallarlo, pero sintéticamente fue de esa manera. Todo acabó en una matanza, con bestialidades de parte y parte. Recuerdo un titular la década del setenta: ‘José Antonio y García Lorca, todos fuimos asesinos’, algo así. En los grises años del zapaterismo surgió un movimiento para reivindicar la “memoria histórica”, explicando misterios y atrocidades de la Guerra Civil. Pero fue una tendencia tuerta, dispuesta a ver solo los muertos de un lado. Para evidenciar su sesgo baste decirles que su adalid fue el juez Baltasar Garzón, de quien vimos aquí su “eficiencia” y “probidad” como veedor... no digo más.
A medida que repasamos esta negra página, me embarga cierta angustia, pues compruebo que muchos de los factores que llevaron a esa masacre hace ocho décadas parecen repetirse aquí y ahora. Sería posible hacer paralelos interesantes, como por ejemplo, decir que el papel de Stalin podría jugarlo la oligarquía china. Pero eso sería anecdótico y especulativo. Lo espantoso es ver la misma incapacidad para el diálogo, la misma polarización, la misma ceguera. Estamos jugando con fuego. En uno de mis libros encuentro una foto que me aterroriza, un burro pintado con la leyenda “yo voto pels de front d’ordre”, o sea “yo voto por el frente de derecha”. Recientemente unos jóvenes aquí usaron un burro también como cartel político... los detalles comienzan a coincidir. El mismo volumen viene con un grabado en color de la obra de Salvador Dalí, Premonición de la Guerra Civil (Construcción blanda con judías hervidas). Nunca me he sentido más tocado por una obra de este gran artista catalán. Un cuerpo desmembrado, arbitrariamente reconstruido, dividido en dos monstruos que se atacan, miembros en descomposición, ferocidad coronada con una cabeza deslumbrada que sonríe estúpidamente... estremece, estremece.