Si pudiéramos aceptar lo diminutos que somos y que son nuestros actos ante la magnitud y la duración del universo, con seguridad reorientaríamos los empeños personales y colectivos en que estamos embarcados. Así tal vez no malgastaríamos las palabras, tan imprescindibles como el aire limpio y el agua bebible, pues da la impresión de que para figurar hoy en sociedad también debemos polucionar el uso de la palabra. Por eso, para sanar de esa contaminación, sería deseable retornar a la poesía porque ella restituye un valor entrañable: el de manifestar solo lo justo y necesario.
Pedro Salinas fue un escritor madrileño que indagó la existencia a través de la lírica y comprendió que el amor –la más mentada de las pasiones, y la más misteriosa– era también un modo de conocimiento de sí mismo y del otro. En el libro La voz a ti debida: poema (publicado en 1933, pero que sigue desestabilizando con fuerza nuestras creencias), un hombre, que está en búsqueda de una mujer, se dirige así a esa presencia: “Tú vives siempre en tus actos / Con la punta de tus dedos / pulsas el mundo, le arrancas / auroras, triunfos, colores, / alegrías: es tu música. / La vida es lo que tú tocas”.
¿Qué sería de la política, los negocios y el ámbito familiar si partieran de una comprensión literaria de las paradojas y las rarezas que trae el vivir? El poeta, exaltado por el hallazgo de la amada, alcanza a argüir: “Quererte / es el más alto riesgo”. Y eso basta para transmitir un mensaje. No hay que discursear de corrido tres horas semanales para trascender. Para ir más allá uno debe callar, estar en silencio, oír la íntima mudez. Solo así puede haber contundencia en el anuncio: “¡Ay, cuántas cosas perdidas / que no se perdieron nunca! / Todas las guardabas tú”.
Para ser nos toca hablar; por eso es preciso cuidar y nutrir el tesoro de los vocablos, en toda ocasión. “Amor, amor, catástrofe. ¡Qué hundimiento del mundo!” son las frases con que el poeta reconoce que el frenesí amatorio puede rozar el cataclismo. Con alegría desbordada, celebra así la unión: “Los dos. ¡Qué descarrío”. El poeta ha captado el vértigo del instante amoroso y crea una expresión conmovedora: “La luz lo malo que tiene / es que no viene de ti”. Y con suma precisión no solo ensalza la cercanía de la mujer, sino que le confiere dignidad al lenguaje. ¿Mejoraría el diálogo humano si estuviera tocado por la concisión del verso?
La poesía y la política buscan modificar nuestra sensibilidad. El poema apunta al cambio de verdad: “Cómo quisiera ser / eso que yo te doy / y no quien te lo da”; vemos cómo él prefiere ser objeto, cosa, y no sujeto. La mirada amorosa ve lo que la persona amada no percibe: “Es que quiero sacar / de ti tu mejor tú. / Ese que no te viste y que yo veo”. El poeta sabe de la irrealidad en que habitamos: “El mundo material / nace cuando te marchas”. Y también conoce de la confusión del sentido: “Lo que eres / me distrae de lo que dices”. ¿A quién le debemos nuestra voz? ¡Qué estamos esperando para salir corriendo a leer un libro de poemas!