Testimonio |
Ser tímido, en la escuela, no es asunto fácil. Sientes que ante la mirada de los demás eres invisible. No existes.
En mi época escolar yo admiraba a una compañera que tenía la habilidad para reaccionar de inmediato a cualquier provocación. Era ágil e ingeniosa. Las palabras salían de su boca en el momento justo.
Yo estaba en el andén contrario, era de aquellas tímidas que tras un incidente desagradable o feliz me quedaba pasmada e incapaz de responder. Pasadas las horas o los días, en la soledad de mi cuarto, surgía la respuesta en mi cabeza y me decía a mí misma: “Tenía que haberle respondido que...”.
Desde hace 20 años me dedico a escribir. Quizá una de las razones para esta elección es precisamente el reconocer que las palabras se toman su tiempo dentro de mí. Que las respuestas van a una velocidad distinta que las preguntas y que mi vida ha estado llena de puntos suspensivos.
La literatura infantil nunca estuvo entre mis planes. Surgió sin que me diera cuenta en un momento vital en el que me encontraba lastimada, con demasiada bruma a mi alrededor. Tenía 22 años cuando escribí mis primeros textos para adultos intentando encontrar respuestas. Nada original hasta ahí. Sin embargo, cuando un editor leyó mi trabajo me dijo que eran “lindos cuentos para niños de edad preescolar”. Me quedé sin aire. Me habría gustado darle un sacudón y decirle ¡¿Está usted loco?! Pero me ganó la vergüenza y no fui capaz de rebatir. Para salir del paso, con las mejillas coloradas, le respondí: “Sí, precisamente había pensado en niños de esa edad cuando escribí”.
Me tomó tiempo comprender que temas como la soledad, el abandono, la duda, el miedo, la decepción, etcétera, son asuntos que nos concierne a niños y adultos. Y lo único que diferencia a la literatura infantil de la que ha sido escrita para “grandes”, es la forma en que el escritor aborda esos temas.
Durante varios años escribí cuentos breves en los que pretendía contar(me) la vida. En esos textos intenté traer de vuelta al abuelo que se me fue. Lenta de reacciones, como soy, escribí aquello que no le dije mientras le tuve cerca: “Gracias”, “Vuelve”, “No entiendo”, o “No me olvides”.
En el 2001 escribí mi primera novela, Amigo se escribe con H. Emocionada la presenté en dos editoriales ecuatorianas, y ambas me la devolvieron con la misma respuesta: No es publicable.
Nuevamente sentí, como en la infancia, que no existía. Que aquello que me configuraba y le daba sentido a lo que soy... no era visible ni publicable.
Convencida de mi fracaso destruí el manuscrito original y decidí olvidarlo. La única copia que hice se la regalé a una amiga, Ana Lucía, que sabe guardar mis secretos y sabe perdonar mi falta de fe. Fue ella quien se animó a inscribir mi novela en un concurso internacional y ocho meses después recibí la noticia de que había ganado el Premio Latinoamericano de Literatura Infantil Norma Fundalectura, el más importante en nuestro continente.
Han pasado veinte años, cinco premios nacionales, dos internacionales y más de 25 libros. Gracias a editores y lectores mis libros circulan en toda Latinoamérica, y puedo vivir de mi trabajo.
Hace unos días fui a cumplir con el trámite para conseguir la patente profesional del Municipio de Quito. Cuando la señorita de la ventanilla me preguntó a qué actividad me dedico yo respondí que soy escritora. Ella revisó las opciones que aparecían en una hilera interminable en su pantalla y me dijo muy firme: Eso no existe.
Yo sonreí. Ya estoy acostumbrada.