El presidente de la República anda bastante enojado estos días porque la Justicia liberó al coronel César Carrión y a Fidel Araujo, y pronto liberará además al coronel Rolando Tapia, descartando las supuestas pruebas de secuestro, intento de golpe de Estado y tentativa de magnicidio que una mente fantasiosa fabricó.
“Ahora resulta que el 30 de septiembre no existió”, replica con amargura el primer mandatario.
Esta manera de razonar se llama sofisma o falacia. Es el estilo favorito de polemizar de Rafael Correa. En este caso consiste en modificar sutilmente las palabras del contrario para “demostrar” que miente.
Nadie ha dicho que el 30 de septiembre no existió, o que ese día no pasó nada. No conozco una sola persona que se haya atrevido a sostener semejante barbaridad. El presidente debería citar a quién lo dijo para ser serios en el debate. Lo que sí se discute es qué fue lo que ocurrió realmente ese día. Porque si no fue un intento de golpe –como reconocen los tribunales y la opinión pública–, entonces habrá que continuar con la investigación hasta identificar por qué murieron seis ecuatorianos y quién es el culpable.
Solo entonces sabremos si fue un intento de golpe o una provocación de unos cuantos irresponsables. Si fue un intento de magnicidio o un operativo político para justificar a esos irresponsables. Y si fue un secuestro, o una gigantesca mentira que se convirtió en un asesinato múltiple.
El 30 de septiembre sí existió, y nunca lo olvidaremos.
El presidente ha dicho, quizás en su enojo, que no va a permitir que se juegue con tres cosas: Su familia, su honor y el 30 de septiembre.
Lo primero, la familia y el honor, es perfectamente comprensible y digno de aplauso. Cualquier hombre sabe que son asuntos sagrados que se deben defender incluso con la vida. ¿Pero la versión que cada uno pueda tener del 30 de septiembre es comparable con el propio honor?
Se me ocurre que quizás, en ciertos casos muy excepcionales, porque en verdad quedaron flotando en el aire varias interrogantes que, de aclararse, podrían dejar a muchos como mentirosos, es decir, sin honor.
Mencionemos solo un par de esas preguntas:
¿Quién extrajo las balas asesinas de los cuerpos de esos seis ecuatorianos que murieron ese día, dónde están escondidas, y por orden de quién?
¿De quién fue la orden de que al día siguiente de los acontecimientos se realice una limpieza profunda de la escena, con lo cual se borraron todas las pruebas e indicios relevantes?
La madre del policía Froilán Jiménez acusó recientemente al Gobierno de haber olvidado la promesa de repararla aunque sea en parte por la muerte de su hijo. Ella nunca olvidará el 30 de septiembre. Ella sabe mejor que nadie que sí existió, y que ese día pasaron cosas horribles. Pero ella, como todos nosotros, solo conoce una parte de la verdad. El resto, permanece oculto bajo un manto negro, escondido.
Pero no será por mucho tiempo, estoy seguro. Más temprano de lo que muchos imaginan, la verdad saldrá a la luz.