Simón Pachano
Desde hace algunos años, en la ciencia política latinoamericana se usa el concepto de democracia plebiscitaria para calificar a los gobiernos que, justificándose detrás de una relación directa con el pueblo, pasaban por encima de instituciones y procedimientos. No quería decir que esos mandatarios convocaran frecuentemente a plebiscitos, sino que hacían tabla rasa de todas las disposiciones institucionales que les estorbaban para oír en vivo y en directo el aplauso de las masas. Era una metáfora, pero con nuestra ilimitada creatividad estamos logrando que deje de serlo y que se convierta en realidad. Eso se ve claramente cuando se consideran las intenciones, la forma de la presentación de las preguntas y la modalidad utilizada en el referendo-plebiscito que está en marcha.

Las intenciones estuvieron claramente expuestas desde el primer momento. Basta recordar la cándida confesión de la metida de manos en la justicia, tan parecida a la autodefinición del dictócrata. También bastaría con revisar la redacción original de las preguntas, la que constaba antes de que la Corte autoproclamada las maquillara ilegal e inconstitucionalmente. El control a los órganos del Poder Judicial y a los medios de comunicación son los objetivos concretos, y no hay más dónde perderse.

En cuanto a la forma de presentación de las preguntas, es evidente que el revoltijo de temas produce la confusión necesaria para desentenderse de cada uno de ellos y darle el voto de confianza al líder (aún está fresco el “confíen en mí”). Lo que se busca es que él decida por todos y que eso sea endosado por la ciudadanía. De paso hay que decirlo, esto corresponde fielmente al modelo de democracia que salió de Montecristi. Así estaba previsto, aunque algunos de sus autores quieran ahora decir que escribieron otra cosa. Nunca hicieron caso cuando se les llamó la atención sobre el hiperpresidencialismo ni sobre el traje a la medida que estaban confeccionando.

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Finalmente, la consulta popular ha sido presentada y defendida como la modalidad más diáfana de la democracia. La rimbombante apelación al pueblo soberano es presentada como la forma más pura de democracia directa. Muchos de sus defensores saben, aunque no les convenga recordar, que esta se transforma fácilmente en el mejor instrumento para la manipulación. Para producir los efectos no confesados es suficiente, como se comprueba en esta ocasión, una redacción mañosa o el amontonamiento de temas. Es, además, la mejor manera para eliminar el carácter deliberativo de la democracia. La reducción a un SÍ o un NO hace innecesaria cualquier reflexión y anula el debate.

El paso desde su condición de metáfora a realidad concreta, puede significar la implantación por largos años de la democracia plebiscitaria. Al contrario de lo que creía la ciencia política, esta no podrá ser superada en unas próximas elecciones o por el cambio de conducción en el gobierno. El aparato montado en Montecristi le asegura larga vida, con efectos inevitables como la consolidación del caudillismo y el cierre de cualquier posibilidad de constituir y consolidar instituciones participativas y representativas, y mucho menos espacios de deliberación ciudadana.